Tres carrozas, más de cien niños y mozos en el papel de plantadores y cerca de doscientas niñas y mozas vestidas de aldeana llanisca acompañaron el rito
Tiempo de lectura: 2 minutos
Los simpatizantes de la fiesta en honor a la Virgen de la Blanca, en Nueva de Llanes, plantaron en la tarde del domingo la hoguera, un rectilíneo eucalipto de 39 metros y más de 2.000 kilos de peso. Lo habían talado en la falda de la cuesta de Naves, en una profunda laguna donde no penetra el sol, las estrellas ni la luna.
Al llegar al pueblo depositaron el árbol en la plataforma sobre el río de Nueva, hoy mezquina corriente de agua que Pepín de Pría bautizó como río Ereba en el poema ‘Nel y Flor’.
Desde la plaza del Hospital salió al encuentro con la hoguera una poblada comitiva de la que formaban parte gaitero y tamboritero: Monchu Cue y su hijo Monchín Cue, respectivamente. Tras ellos aparecían tres carrozas, más de cien niños y mozos en el papel de plantadores y cerca de doscientas niñas y mozas vestidas de aldeana llanisca.
Amenazaba lluvia y más tarde se abrieron las torrenteras del cielo. Ahora bien, antes de que orbayara los mozos cargaron al hombro el pesado eucalipto y lo desplazaron hasta la plaza de Laverde Ruiz, donde el personal folclórico de la Blanca bailó el Xiringüelu, la jota del Cuera y el Pericote, instante en el que comenzó a jarrear con ganas. Se desató la febrilidad festiva entre los plantadores.
El fluir del agua, de la cabeza a los pies, les enardeció el ánimo y tras superar la famosa ‘Curva de la Caverna’ alcanzaron el ansiado agujero en la plaza del Hospital. Colocaron en la cima las banderas de Asturias y España, amarraron al tronco cuatro cuerdas, aparecieron cuatro ‘percontios’ y en poco más de media hora la hoguera apuntaba al cielo. Con agilidad felina y músculos hercúleos, un rapaz escaló veinte metros para desatar las sogas y fue paseado a hombros al regresar a tierra.
La comisión de festejos repartió el bollu y la botella de vino a los socios.





















