Alicia es mujer de ingenio y coraje.
Pronto cumplirá los cien años y su vida es fuente inagotable de historias; no solo por larga, sino por intensa.
Llegó al mundo un 14 de marzo de 1926 en La Travesera, en la parroquia de Belonciu, y ya desde niña supo lo que es trabajar duro. Comenzó ayudando con los animales y cosiendo hasta que a los 20 años se casó con César Santos. A su marido, cuenta, «no le gustaba la labranza», así que buscaron un negocio como medio de vida para su recién formada familia.
A base de mucho esfuerzo les fue bien en ambas cosas. La vida les separó en 2021, cuando César falleció a los 98 años, pero antes celebraron las bodas de platino. Setenta y cinco años de matrimonio que dieron como fruto siete hijos, catorce nietos, veinte bisnietos y un buen puñado de exitosos negocios.
«Pasamos mucho, la verdad. Pero era lo que había y éramos felices», cuenta Alicia.
Inicios en la hostelería
Su primer negocio fue un chigre junto al paso a nivel de la estación de Infiestu, de nombre La Esquina. «Había que estar allí hasta la hora que la gente estuviese. Igual a veces eran las tres de la mañana y yo dormía un poco contra la mesa, mientras atendía, y el niño ahí también», rememora.
La vivienda la tenían al otro lado del chigre y carecían de baño. A diario tenían que pasar las vías de casa al bar y viceversa, llevando a los pequeños incluso en la cuna.
En esa etapa nacieron sus cuatro primeros hijos y al aumentar la familia, la logística se empezó a complicar.
Al frente de El Capitol
Con mucho esfuerzo y un crédito, a mediados de los años cincuenta Alicia y César compraron la casa señorial de los Martínez Agosti, una «casa muy buena» que transformaron en el célebre El Capitol. «Fue cogiendo mucha clientela. Les feries que yo pasé. ¡Madre mía! Aquello era muchísima gente, teníamos una hilera en la acera esperando para poder entrar a comer», comparte.
Lejos de acomodarse, el matrimonio siguió buscando formas para crecer y mejorar. Así fue como un día Alicia dijo a su marido: «¿Sabes qué vamos a hacer? Vamos a salir a comer a Oviedo o a Gijón. Y vamos a comer en un restaurante de los mejores, un plato que no conozcamos. Y así aprendí a cocinar, yendo a los sitios buenos, comiendo lo que no había comido nunca».
A base de probar, Alicia aprendió a replicar esos platos y a ir dando su toque propio. «Me acredité mucho con la merluza langostada, merluza en abanico, lacón estofado, riñones, callos…», enumera.
En la etapa de El Capitol nacieron los tres hijos pequeños. «Los niños fueron creciendo y había que buscar más trabajo para poder ayudarlos», relata. Abrieron entonces una pescadería con servicio de reparto.
Emigración a América
Los años seguían pasando y llegó la hora de que los hijos saliesen a estudiar. Porque si algo tenía claro Alicia es que la educación era el mejor legado que les podía dejar y que todos ellos debían recibir una formación de calidad.
«Terminaron el bachillerato y para las carreras antes había que ir fuera, a Galicia, a Bilbao, a Salamanca, a Madrid… Y nosotros no podíamos».
La solución la encontraron en la emigración. De la mano de un tío, el mayor de sus hijos se fue a Puerto Rico, donde logró estudiar mientras trabajaba. Y así comenzó la diáspora de su prole, repartida por Puerto Rico, Santo Domingo o Bilbao.
«Lloré muchas lágrimas. De día pensaba en lo que tenía que hacer y tenía la mente ocupada, pero de noche iba para la cama y en vez de dormir todo era pensar qué harían mis hijos. ¿Cómo estarán? ¿Cómo los tratarán? ¿Qué les harán? ¿Cuánto necesitarán a su madre y a su padre?», confiesa con la voz quebrada.
Jesús, César, Alicia, Juan Luis, Francisco, Fernando e Inés «fueron buenos de educar» y pese a todas las vicisitudes, lejos o cerca de sus padres, «no dieron nunca un disgusto de nada», dice orgullosa.
La enorme pena que Alicia arrastra es la muerte de su hijo Francisco, médico en Estados Unidos. «Le dio cáncer a los cuarenta y dos años», dice con dolor.
De El Capitol a Muebles Santos
Con parte de sus hijos fuera y los primeros achaques de la edad, Alicia y César decidieron reorientar el negocio. Cerraron la pescadería y abrieron en su lugar una mueblería. Como Muebles Santos funcionó bien, decidieron cerrar también El Capitol. Y así llegaron hasta la edad de jubilación.
Ya libre de las obligaciones laborales, Alicia ha viajado mucho al otro lado del charco para ver a los suyos. Desde Puerto Rico a Santo Domingo o los distintos puntos de Estados Unidos por los que se han movido sus descendientes.
«Me llevaron a Nueva York y estuvimos en la Estatua de la Libertad y en la torre esa que cayó, en una de ellas. Me gustó mucho Nueva York porque eran muy fáciles las calles. Así y así», expresa trazando en el aire una cuadrícula.
A sus 99 años, Alicia lleva hoy una vida tranquila. Cose, hace sopas de letras, da alguna que otra orden en la cocina… Y vive siempre acompañada de alguno de sus hijos. Los ya jubilados que siguen en América van turnándose para pasar meses junto a ella. Tampoco sus nietos y bisnietos faltan a las visitas. «Este verano tuve aquí dieciséis bisnietos», comparte con orgullo.
Cuenta Alicia que en más de una ocasión la han animado a escribir un libro. No lo ha hecho, pero ciertamente su vida da para una extensa novela.
«Pasé mucho, pero no me quejo. Eran cosas que había que hacer, había que crear una familia. Y si hay que volver a hacerlo, vuelvo a hacerlo», afirma. Nadie duda de la palabra de una mujer con tanto ímpetu como inteligencia.
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