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Al pasar por el concejo de Llanes, es más que probable atisbarlos.

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Enormes troncos plantados, luciendo como estandartes.

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Llaman la atención: rectos, adornados, recortados contra el cielo… A cada cuál, más alto.

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Son las hogueras.

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Símbolos que –como relojes– marcan el pulso de una tierra y sus gentes.

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Un ritual tan antiguo como especial que hunde sus raíces en tiempos muy pretéritos y que
tiene que ver con la suerte, la abundancia y la celebración de la vida.

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Las hogueras que no arden

Tiempo de lectura: 6 minutos

Hay árboles que no se plantan para echar raíces, sino para decir quiénes somos.

Para hablar de identidad, para repetir sortilegios… para que algo, simbólico —pero muy palpable— perdure.

Árboles que dejan de ser bosque y pasan a ser estandartes silenciosos, centinelas de memoria… casi un grito mudo que habla de orgullo, de arraigo, de pertenencia…

Xuan Cueto

Esto es algo que se sabe muy bien en Llanes, un concejo en el que no es extraño (cuando llegan las fiestas de cada pueblo y bando) ver a un grupo de mozos cargando con un tronco descomunal, recién cortado.

La estampa no pasa desapercibida: van gritando los pasos y echando el alma en el esfuerzo. Vienen del monte, arrastrando una pesada y larga carga que trasladan durante kilómetros hasta un lugar determinado, en el que alzarán el tronco con orgullo.

Xuan Cueto

Tiene que quedar bien vertical, presumido, buscando rozar el cielo. Y cuando lo consiguen, cuando por fin el tronco queda recto, la emoción y los aplausos lo llenan todo.

Han plantado la hoguera: un rito tan antiguo y especial que bien merece ser contado.

Xuan Cueto

La hoguera: ni fuego ni adorno

Para empezar, es importante señalar que lo llaman hoguera, pero en realidad no arde.

La palabra —heredada, deformada, extendida— viene de los tiempos en que no existía luz eléctrica y esconde una ceremonia mucho más antigua de lo que aparenta. A medio camino entre el rito y la proeza, entre lo sagrado y lo pagano, las hogueras son una columna de identidad que se levanta hacia el cielo. Tan altas como lo permitan la fuerza y la juventud del pueblo.

Xuan Cueto

En el oriente asturiano, al pasar por la zona llanisca, no es extraño contemplar en muchas localidades este tronco vertical, dominando el paisaje y recortado contra el cielo como un blasón festivo. Es la señal de que allí se ha cumplido el rito. De que esa comunidad ha demostrado una vez más su unión.

Porque la hoguera, aunque sólo parezca un estandarte, aquí significa mucho: es símbolo, es orgullo… Es ritual y es pertenencia.

Xuan Cueto

Una raíz que atraviesa siglos

El gesto de alzar un árbol como símbolo no es exclusivo de Llanes. En realidad, hunde sus raíces en las más viejas tradiciones de Europa. Se le conoce como árbol de mayo, y lo encontramos en Alemania, en Francia, en Galicia… incluso en Rusia. Lo común a todos ellos es la intención: el árbol de mayo celebra la vida que renace, la fertilidad de la tierra, la llegada de la luz después del invierno.

En Asturias, esta costumbre viajó por los siglos envuelta en nuevas formas, mezclando lo pagano con lo cristiano, resistiendo decretos y concilios. No fue por casualidad que acabó asociándose a las fiestas patronales, alejándose del calendario natural y acercándose al litúrgico. La Iglesia, en su afán por cristianizar las celebraciones populares, desplazó esta exaltación de la naturaleza hacia santos y vírgenes. Lo que antes era un culto al árbol se transformó en homenaje festivo, sí, pero también en símbolo de fe y pertenencia.

Aun así, algo antiguo quedó en pie.

Algo que sigue latiendo bajo la corteza de cada tronco plantado. Porque más allá de su función estética, la hoguera sigue hablando el lenguaje de los rituales. Un ritual de tránsito, de celebración, de pertenencia… que representa un desafío colectivo, que se mama desde la cuna; que habla de unión, de suerte; y que sigue repitiéndose (igual que una liturgia sagrada) movido por una fuerza invisible, tan añeja y potente, que ha resistido -casi intacta- el embate de los tiempos nuevos.

Xuan Cueto

Desde localizar el árbol en el monte hasta que se coloca y se aplaude hay una serie de pasos, un ritmo, que es esencial a la hoguera… Un protocolo en el que no caben máquinas ni fuerza eléctrica. Sólo hombres y mujeres, desplegando energía…

Porque la hoguera no se planta: se conquista.

Hay que buscarla en el monte, abatirla con destreza, y luego —con cuerdas, hombros y sudor— arrastrarla hasta el corazón del pueblo. El tronco es descomunal, pero no más que la determinación de los mozos. Cada metro recorrido es una victoria. Cada paso, una declaración de orgullo.

Para la antropóloga Yolanda Cerra Bada, esta tradición va más allá de lo simbólico. Es un examen colectivo: una prueba que mide la fuerza, el coraje y la cohesión de la juventud del pueblo.

Y es que llevar la hoguera no es sólo una demostración de fuerza: todo el traslado es casi como un redoble de tambores. Una demostración de energía en toda regla que representa las ganas de continuidad de la comunidad entera.

La fuerza y la importancia del momento son palpables con cada metro avanzado.

El canto que guía el tronco

Pero los mozos no caminan solos.

Mientras ellos transportan la hoguera, las mujeres cantan. Cantan y golpean la pandereta con un ritmo ancestral, agudo, hipnótico… Su música atraviesa el aire como una bendición primitiva, como un conjuro que da al árbol dirección y sentido.

Ellas no cargan el tronco, pero sostienen el rito con su voz y su memoria. Lo han hecho durante siglos. Y esa sonoridad única, repetida generación tras generación, convierte el momento en algo vibrante, sumamente sentido y emotivo.

Xuan Cueto

¿Cómo no atraer la suerte, la buenaventura, tras tamaña demostración de arraigo y sensibilidad?

Así,lo que podría parecer un simple traslado, se convierte en todo un espectáculo lleno de técnica, fuerza y habilidad.

Sortear las calles estrechas, esquivar esquinas, evitar balcones o tejados, y lograr que el gigante de madera llegue intacto a su destino exige coordinación y valentía. Cada paso es un reto; cada maniobra, una coreografía ancestral transmitida de generación en generación.

Mientras tanto, las mujeres acompañan la gesta con cantos y el ritmo sincopado de las panderetas. Sus voces resuenan por el valle, impulsando la labor de los mozos, envolviendo el momento en una atmósfera mágica y cargada de significado. Es un rito que se vive con el cuerpo y con el alma: un latido común que une pasado y presente.

Cuando finalmente la hoguera se alza, erguida y orgullosa, todo el pueblo siente que ha sido partícipe de algo único. Un símbolo que no solo representa la llegada del verano, de las fiestas  o la protección de las cosechas, sino la fortaleza de un pueblo que celebra su historia, a sus gentes y sus tradiciones sin perder ni un ápice del orgullo y de la magia ritual que siempre rodeó a la hoguera.

*Las fotos que ilustran este reportaje fueron realizadas durante 2024 en el traslado y la plantación de las hogueras de los Bandos del Cristo y de La Blanca, de Nueva de Llanes.

** Hay una hoguera en Llanes que sí se quema: la del Bando de la Magdalena, que arde durante la noche anterior al día grande de la fiesta.

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