Manuel Fernández Juncos, el bardo de los jíbaros

Nacido en el pueblo riosellano de Tresmonte, emigró a Puerto Rico, donde se convirtió en célebre periodista y escritor. Suyos son los libros de texto con los que estudiaron muchas generaciones de puertorriqueños y la letra del himno nacional

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Manuel Fernandez Juncos en 1914. | Fuente: Antología Portorriqueña: Prosa y Verso, Para Lectura Escola. Nabu Press

En su segundo viaje de exploración al Nuevo Mundo, en 1493, Cristóbal Colón descubre Borinquen, ‘La tierra del gran señor’, como así llamaban a Puerto Rico los indígenas taínos que habitaban la isla antillana, que el Almirante de la Mar Océana describe como un auténtico paraíso natural.

Los conquistadores españoles veían en América el continente donde hallarían todos los lugares fabulosos de los que hablaban muchas leyendas y relatos tradicionales, que localizaban al oeste del mar tenebroso territorios paradisíacos y llenos de riquezas.

Uno de estos relatos, ‘El viaje de San Brandán’, del siglo VI, habla de la llegada de monjes irlandeses a «la Tierra de Promisión», pudiendo tratarse de las islas del Caribe. De la misma forma, también se ha elucubrado acerca de la presencia de templarios en época medieval en esas latitudes.

El colonizador y primer gobernador de Puerto Rico, Juan Ponce de León, imbuido por las novelas de caballerías y sobre todo por ‘El libro de Alexandre’, busca incansablemente la ‘Fuente de la eterna juventud’ en las nuevas tierras descubiertas, lo que le llevará a adentrarse en la Florida, siguiendo creencias y tradiciones indígenas taínas que llegaron a sus oídos.

Pero en el siglo XIX, ya no se perseguirán Santos Griales ni Eldorados, simplemente se emigrará a América para ganar dinero y mejorar las condiciones de vida, muy mermadas en Europa por «el hambre de la patata». Es en este momento cuando aparecen los llamados indianos, que se dedicarán a adquirir fortuna para luego volver a su aldea y hacerse construir una suntuosa mansión, con palmeras y estatuas neoclásicas, y por supuesto, ascender en la escala social de la metrópoli.

A Manuel Fernández Juncos (1846-1928), todo este tipo de prosaicas pretensiones materialistas, no le interesaban lo más mínimo. Muy joven abandonó el lugar donde nació, Tresmonte, en el concejo de Ribadesella (Asturias), para en su nueva patria, Puerto Rico, hacer poesía y tratar de «combatir la Ignorancia, la Hipocresía y el Error y defender la Civilización, el Progreso y la Libertad».

Su autodidacta cruzada individual le llevó a interesarse por todos los temas de la isla, tanto las costumbres de los jíbaros, los campesinos lugareños, como por la historia colonial. Con un concepto de la educación inspirado en el krausismo, intentó fomentar una idea de la enseñanza alejada de métodos basados en «la letra con sangre entra», como había sido instruido en España, experiencia que dejará reflejada de manera genial y certera en su relato ‘El maestrín’.

Desde su estatus político, donde llega a ser ministro de Hacienda, intenta cambiar la visión que el gobierno español tenía con respecto a Puerto Rico. Pero eso sí, sin felonías ni deslealtades. De hecho, durante la invasión y el establecimiento de los norteamericanos en la isla tras el desastre del 98, jamás renunció a la ciudadanía española, pese a la pérdida de privilegios que ello suponía, además de luchar denodadamente por la defensa del idioma español, en peligro en aquel tiempo por el cambio de régimen.

Busto de Manuel Fernández Juncos en Ribadesella, obra del escultor Manuel García Linares, inaugurado el 13 de septiembre de 2025 con motivo del homenaje al escritor. | Ramón Fernández

Él creía en la libertad y la dignidad del ciudadano por encima de todo, y en su ideario, confluían las ideas de la ilustración con un cristianismo deísta al estilo de Voltaire, pero nunca perdió de vista los principios e ideales que hicieron grande al Imperio español.

Su obra literaria y periodística también muestra variadas influencias. Desde relatos irónicos y mordaces, en los que, como una suerte de ‘Larra caribeño’, aguijonea a todos los estamentos de la sociedad, hasta narraciones extraordinarias a lo Edgar Allan Poe.

En poesía, unas veces parece seguir el camino de Longfellow, Emerson o Walt Whitman, en cuanto a exaltación de la naturaleza y la libertad, y otras, camina por sendas naturalistas y realistas que lo acercan a Pardo Bazán y a Clarín.

También realiza estudios históricos y críticos, como la ‘Biografía de Bernardo de Balbuena, obispo de Puerto Rico’, el autor del ‘Bernardo’, romance basado en las gestas del héroe castellano Bernardo del Carpio y su decisiva participación en la batalla de Roncesvalles.

Destaca, de igual modo, en la elaboración de libros de texto, en los que han aprendido muchas generaciones de puertorriqueños. En ellos, la música tenía gran protagonismo y con sus canciones pretendía elevar el espíritu de los niños y acercarlos al arte sin apretarles las clavijas con pedantería y academicismo innecesario e inservible, como lamentablemente se hace ahora en nuestro aterrador sistema educativo.

La letra de una de sus canciones, con música de Félix Astol Artés, sirve de himno nacional de Puerto Rico. Se trata de ‘La Borinqueña’, donde sin ampulosidades nacionalistas ni soberbias territoriales, como un antiguo bardo, el bardo de los jíbaros, canta versos a Borinquen, la tierra a la que dedicó toda su vida y su obra:

La tierra de Borinquen
donde he nacido yo,
es un jardín florido
de mágico primor.
Un cielo siempre nítido
le sirve de dosel,
y dan arrullos plácidos
las olas a sus pies.
Cuando a sus playas llego Colón,
exclamó lleno de admiración:
“!Oh! ¡Oh! ¡Oh! esta es la linda
tierra que busco yo.
Es Borinquen la hija,
la hija del mar y el sol,
del mar y el sol
del mar y el sol,
del mar y el sol.

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