Santolaya, esencia estival en Villahormes

Durante la fiesta recibieron un homenaje dos mujeres cuyo amor por la santa está fuera de duda: Raquel Collado Bárbara y Blanca Bueres Peláez

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La procesión congregó en Villahormes a una multitud de fieles. | Guillermo Fernández

Con solemnidad y brillantez la localidad llanisca de Villahormes homenajeó este domingo a Santa Eulalia, a quien por aquellas tierras conocen con el apelativo de Santolaya, una festividad para la que el calendario tiene reservado el 10 de diciembre aunque los simpatizantes la trasladaron desde hace bastantes años al primer domingo de agosto. Una fiesta de otoño en busca de la esencia estival. Y llegados a este punto debo recordar al amigo Ángel Vega Amieva, fallecido hace unos años, un apasionado de la santa de sus desvelos. De hecho, viajó hasta un taller de imaginería de Gerona para comprar una imagen de Santolaya cuando unos forajidos asaltaron la ermita y se llevaron la talla y un puñado de euros.

Con acompañamiento de la banda de gaitas L’Alloru, llegada desde Balmori, gestionada por Julián Herrero e integrada por ocho gaitas, un bombo y un tambor, comenzó el festejo matinal con un pasacalles desde el pueblo hasta la ermita de Santolaya, con parada en el palacio de la Espriella, propiedad de José Ramón Barro Bernaldo de Quirós, para peregrinar desde allí con un ramo de pan dulce y otro de roscos artesanales.

Hacía calor, la mañana se mantuvo soleada y favorecida por una suave brisa, en el cielo apenas había nubes, el Cantábrico se percibía a menos de 500 metros, decenas de bañistas pasaron de largo hacía la playa de la Huelga y yo tuve el placer de saludar y abrazar a Rafael Menéndez Ardisana, natural de Villahormes, de 97 años, que lleva una vida entera por tierras mexicanas.

Superado el mediodía comenzó la misa en la capilla. Ofició el párroco de San Miguel de Hontoria, Domingo González, y cantó el joven llanisco Néstor Díaz González. Tras la eucaristía se formó una procesión que en viaje de ida y vuelta recorrió la pradería circundante. Marchaban por delante la banda de gaitas L’Alloru y los dos ramos. Seguían un centenar de niñas y mozas vestidas de aldeana llanisca, las andas con la imagen de la santa, el sacerdote y un grupo de vecinos, devotos y turistas. Con energía, Emilio Peláez, incansable, se encargó de voltear la campana de la capilla durante el tiempo que duró el trayecto. Ya de vuelta, en la explanada de la ermita, Néstor Díaz, acompañado a la gaita por Nico Alonso, cantó los himnos de Santa Eulalia y Asturias.

El tiempo pasaba, lento pero avanzaba, y la fiesta en la ermita se dio por concluida con un emocionante homenaje a dos mujeres cuyo amor por la santa está fuera de duda. Ellas eran Raquel Collado Bárbara y Blanca Bueres Peláez. El vecindario puso en manos de cada una un ramo de flores y una placa conmemorativa. El párroco, don Domingo, dedicó cariñosas palabras al dúo de damas homenajeadas, le embargó la emoción, se le quebró la voz, y hasta tuvo que hacer una parada técnica y coger aire para continuar.

Cerca de las tres de la tarde los estómagos crujían, la multitud de romeros se desplazó hacía el corazón de Villahormes y casi todos fueron testigos de un festival folclórico en el que mozos y mozas del lugar bailaron la Jotina Asturiana, la Giraldilla, el Quirosanu, las jotas de Villahormes y Leitariegos, el Xiringüelu de Naves y el Pericote.

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