La Vega de Enol volvió a acoger una de las celebraciones más simbólicas de los Picos de Europa, con carreras, bailes, homenajes y el histórico concejo abierto que honra a los pastores de montaña y su larga permanencia en estas tierras

La mañana despierta lentamente, la bruma flota baja, como si no quisiera irse. Alguien enciende un hornillo; el café huele a campo. Los primeros rayos de sol pintan las tiendas de campaña que desde la noche anterior ocupan los alrededores del lago…
Son pocos los días en los que la montaña permite este gesto: dormir a su lado. Y aún menos, los que amanecen con ese runrun, cargado del trajín inherente a cualquier fiesta de pueblo.
Estamos en la Vega de Enol, a mil metros de altitud, viendo desperezarse ese paisaje único al que llaman Picos de Europa.


Poco a poco, la vega va llenándose de gente, de ambiente, de jinetes a lomos de caballos y familias cargadas con mochilas.
A las diez en punto, todo cambia.
La capilla del Buen Pastor —una construcción humilde entre gigantes— se llena de personas, formando corrillo alrededor del templo. El Abad pronuncia la misa mientras el sol trata de ganar espacio a la niebla. Es el acto de inicio: un año más, la fiesta del Pastor resiste. A pesar de que los tiempos cambian, son ya casi 9 décadas llenando de tradición, homenajes, aplausos y hermandad la Vega. Y aunque antiguamente eran los propios pastores los que montaban este evento por su cuenta, desde hace ya años el Ayuntamiento de Cangas de Onís se encarga de organizar la “Romería cerca del Cielo”, cuidando que la tradición no se pierda ni se olvide.


Tras la misa comienza el tiempo de juegos. Un grupo de valientes toma la salida de la carrera a la Porra de Enol. Se van haciendo diminutos, casi invisibles, a medida que ascienden la ladera. No se corre por medalla ni por récord, sino por tradición. Desde abajo, parecen hormigas desafiando el cielo. Desde arriba, héroes anónimos que honran a sus mayores con cada zancada.
Son apenas unos minutos de desafío contra la ladera y esfuerzo para atacar los pasos técnicos. En la bajada, los corredores se enredan buscando la meta entre el público y las cabañas. Al final, el más rápido fue Adrián Arduengo que a pesar de caerse un par de veces consiguió repetir victoria como en 2024. De las mujeres, la primera en entrar en la meta fue Patricia Ardines.
Especialmente emotiva fue la participación de José Luis González, el “guardabosques” y su amigo Amador, que no corrían la Porra desde el año 95: el primero corrió por primera vez esta prueba hace 50 años y en el año 1988 estableció un récord de 7 minutos 59 segundos que –a día de hoy- sigue sin batirse.






A continuación, rugen los caballos.
Galopan sobre la hierba como si llevaran siglos haciéndolo, capitaneados por jinetes que aprendieron a montar casi al tiempo de caminar. El espectáculo no deja indiferente: los caballos giran y trotan tratando de ser los más veloces. En ambas carreras fue Alvaro Alonso quien consiguió ser el primero: a lomos de Dakote en cruzado de pura sangre y con Zaratán en cruzado mixto.

Al terminar las carreras, la gaita y el tambor toman el protagonismo, al tiempo que se exhiben bailes tradicionales.
Después, es tiempo de juego. El galope seco es sustituido por el choque de cuerpos, los gritos de pique y de ánimo, la fuerza bruta concentrada, los pies tratando de enraizar fuerte al suelo… Es una competición, pero también un homenaje. Una exhibición, como la de las carreras, en honor a una cultura y una forma de vida en las alturas. Finalmente, tras una reñida y emocionante disputa, fueron los Zancañeros los que –por 6º año consecutivo- tumbaron al resto de equipos.



Tras la exhibición de deporte tradicional, comienza el concejo abierto: es casi tan antiguo como esta tierra y se celebra con la dignidad de las cosas que no necesitan explicación.
Una tradición basada en la confianza y en el arraigo a este territorio en la que se elige al Regidor de Pastos de la montaña, un título que un año más recayó en José Antonio García, “Toño el de Mestas”. Luego se imponen las bandas a la Pastorina y a sus damas: Iratxe Suero, Sara Sierra y Olaya Sánchez.


Lo siguiente son los homenajes: los aplausos sonaron con fuerza y emoción para Mariana Remis Sobrecueva y Andrés Concha Blanco, nombrados Pastores Mayores del Año. Son gestos sencillos, pero con un peso que sólo entienden quienes llevan generaciones mirando al cielo desde esta vega.

Y como toda fiesta que se respeta, llega el momento de compartir mesa. El quesu Gamonéu, con su sabor a cueva y humo, circula entre risas. Huele estupendamente a paella. El grupo de baile lo da todo en la carpa. Mina Longo canta, la gente aplaude, los niños corren entre piernas y las conversaciones animadas se suceden entre risas, guiyadas apoyadas bajo el brazo y mesas compartidas.



Al final del día, los que subieron, bajan. Las mochilas pesan un poco más: no por el cansancio, sino por lo vivido. Desde la ladera, al echar una última mirada atrás, la Vega de Enol parece suspenderse en el tiempo. Falta un año para la fiesta del Pastor pero en este mundo aparte de las alturas sigue siendo, cada día y a pesar de los cambios, un mundo de pastores.










































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