Con el excedente de alimentos que proporcionaban la huerta y las tierras y el acceso a buena carne de caza decidió emprender. Se hizo a una casa cercana a la suya, restaurándola y convirtiéndola en una casa de comidas que aún hoy es santo y seña en Ponga
Tiempo de lectura: 4 minutosBenigna Corral Mones. | Xuan Cueto
“Con gana de trabajar y amor propio, se sale siempre adelante. Hay que ser como uno es. No tener miedos y vivir la vida día a día, que aunque sea muy cabrona también es muy guapa”
La que habla es Benigna, metro cincuenta por fuera pero toda una gigante por dentro. Y es curioso, porque no se da cuenta de su grandeza. Ella no es consciente, pero fue toda una pionera. Una mujer empoderada que se atrevió a emprender, a pesar de vivir en las tripas más profundas de Ponga, montando un negocio propio que –aun hoy- es santo y seña del lugar.
Nació en Sobrefoz: un día de luna creciente de 1933. Y dice que, desde bien pequeña, no vio más alrededor suyo que la cultura del trabajo y del esfuerzo, tatuada en su esencia tan fuerte como sus genes.
Dice que iba a la escuela: un día sí y cuatro no, porque ella era la primera de las féminas de una familia de 8 hermanos y tenía responsabilidades. Entre ellas, subir a la majada, a cuidar a las vacas y mecerlas, durmiendo en una pequeña cabaña sola o acompañada de su hermana.
Huérfana de madre a los 14, la niña que era Benigna asumió el cuidado del hogar familiar y una buena carga de trabajo. Y aun se le llenan los ojos de lágrimas al recordar la tristeza por la pérdida materna y cómo tuvo que aprender “a ojo” muchas tareas de casa.
Se casó a los 24, con un guarda de caza, vecino suyo de siempre: se llamaba Pedro y juntos tuvieron 3 hijos y labraron, con esmero, toda una vida.
Ya siendo madre, y a pesar de que no tenía tiempo para aburrirse, Benigna tuvo una idea, surgida del excedente de alimentos que proporcionaban la huerta y las tierras, así como el acceso a buena carne de caza que Pedro tenía. No se lo pensó demasiado: enseguida se hizo a una casa cercana a la suya, restaurándola y convirtiéndola en una casa de comidas que ya regentaría hasta jubilarse. La llamó “Casa Benigna”, sin pensar siquiera que aquel lugar la convertía en una de las primeras mujeres emprendedoras de su concejo.
A partir de ahí, Casa Benigna pasó a ser su hogar: ahí echó horas y horas, entre fogones. Horas que rascaba madrugando mucho y acostándose tarde, para conciliar con la labor doméstica. Horas que consiguieron que su pote de berza o su fabada se hicieran famosos. Horas que ahora recuerda con una sonrisa entornada y orgullo de abuela, ya que su casa de comidas sigue abierta (aunque ella se jubiló hace ya mucho) y sigue atrayendo a gente a Sobrefoz por su buen hacer culinario.
Recapitulando, reflexiona: lo que importa es tener salud y a los tuyos cerca. Lo que importa es vivir día a día y ser honrado. Luego –asegura- cuidando un poco la tierra, puedes tener manzanas, frutos secos, legumbres, carne, leche, verduras, frutas, hierbas medicinales…
Y todo eso, para ella, es la felicidad y la riqueza.
Esto si son mujeres empoderadas. Mi admiración.