Antonio González Faza: oficios rurales y una vida de película

Le han nombrado paisano del año 2024 de Piloña y, desde luego, méritos no le faltan: de Espinaréu de toda la vida, en sus 93 años desarrolló multitud de oficios en el medio rural (muchos de ellos ya extintos) sin aspirar a nada más que vivir honradamente y disfrutar de los pequeños placeres

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Antonio González Faza, Paisano del Año en Piloña. | Xuan Cueto

Si Antonio hubiera nacido en Los Ángeles, California, podría haber sido un galán de esos de Hollywood: su buen porte, su altura, sus ojos claros, su ancha sonrisa y su desparpajo encajarían perfectos en una peli clásica, de esas de Paul Newman o Marlon Brando.

Pero Antonio nació en Espinaréu (Piloña) a principios de un mes de febrero del año 1931, muy alejado de los lujos y comodidades de los actores famosos; y, sin embargo, su vida (sencilla y muy peleada) daría perfectamente para una película. Vivió la guerra y la postguerra, aun siendo muy pequeño, algo que le dejó marcado para siempre y que aún pervive en su memoria de forma nítida: los ruidos de las bombas, la gente que nunca volvía, las maldades que se sufrían, el hambre, las penalidades, los fugaos…

En su memoria, de forma nítida, perviven los ruidos de las bombas, la gente que nunca volvía, las maldades que se sufrían, el hambre, las penalidades, los fugaos…

Luego, empezó a trabajar: de aquella se dejaba de ser niño mucho antes que ahora y lo de ir a la escuela a diario no se estilaba, ni mucho menos. Así que su periplo escolar le sirvió para aprender a leer, escribir, echar cuentas y poca cosa más: fuera de aquellas paredes en las que se sentaba el maestro había mil labores que aprender y emprender, y en ellas te iba la vida.

Antes de cumplir los 15 ya sabía lo que era vivir en el puertu, madrugar para atender animales, conocía los ciclos de la huerta, manejaba hacha y guadaña, y ayudaba a su padre, aprendiendo un oficio que por entonces era capital: hacer ruedas para molinos. Cuenta Antonio que aquello si era trabajar duro, que había que salir a buscar las piedras y trabajarlas allí, metido en el agua helada del río, a base de golpes certeros.

También llevaba una fragua, asistente a la que daba fuego para enderezar las herramientas con las que domaba la roca. Y cuando por fin le daba la forma deseada, partía de vuelta, arrastrando a pulso (o en carretillo), por la espesura, la enorme carga pétrea redondeada y aquella fragua de hierro oscuro que siempre le acompañaba.

Antes de cumplir los 15 ya sabía lo que era vivir en el puertu, madrugar para atender animales, conocía los ciclos de la huerta, manejaba hacha y guadaña, y ayudaba a su padre

La mili en Valladolid, durante 18 meses en la Artillería 26, fue su única temporada lejos de su lugar natal, a donde volvió terminada su instrucción militar de rigor y donde siguió trabajando, ejerciendo muchos oficios además de aquel heredado del padre: trabajó en la madera, en el sector del metal, en les campanes del puerto de Avilés, en la ganadería, de albañil… Afirma que no le quedó otra, puesto que no se podía escoger, y que su prioridad y su única aspiración era tener su casa y salir adelante, cuidando bien de los suyos aunque tuviera que pasarse horas metido en agua, redondeando piedras enormes del río.

Eso sí, no todo en la vida de Antonio fue trabajar sin descanso (aunque de eso hubo mucho): también recuerda con cariño los años jóvenes, así como la vida de pueblo que -aunque estuviera cargada de obligaciones, madrugones y penurias- tenía aparejadas cosas guapas que ahora ya se perdieron y que, casi seguro, no volverán. Además, Antonio también tuvo tiempo de formar una familia y tener tres hijos, aunque enviudó muy joven y se quedó un poco solo. Años después volvió a casarse, porque la vida sigue, y consiguió ser feliz de una manera llana, abrazando el trabajo y la vida rural como parte de su ADN.

Su única aspiración era tener su casa y salir adelante, cuidando bien de los suyos aunque tuviera que pasarse horas metido en agua, redondeando piedras enormes del río

Hoy, que le han nombrado paisano del año 2024 de Piloña, presume de haber dado 93 vueltas al sol y de haber dibujado su vida a su manera, honradamente, sin que nadie le regalase nada.

Y la única cosa que le pesa un poco en el alma (aparte de su viudedad doble) es ver que los pueblos, las costumbres y los saberes de siempre, se acaban: ya no se apaña nada, ya no se vive en las aldeas, ya no queda juventud ni guajes pequeños, ya casi nadie cosecha nada, ya murieron los molinos y hay demasiado hormigón y asfalto, poca gana de trabajar la tierra y muchos mandando arriba que no tienen idea de nada…

Él, en cambio, dice que todavía plantó patatas este año y que hasta hace bien poco cuidaba de una pequeña huerta, para tener cosecha en la casa, y seguía viviendo en Espinaréu feliz y contento. Pero la muerte de su segunda mujer, los pocos vecinos que quedan y sus 93 años le han obligado a mudarse a casa de su hija Clara, en Villamayor, un hecho que asume con una sonrisa, levantando los hombros en señal de conformismo: aquí le cuidan y está bien. Dedica los días a leer, pasear, pintar, hacer crucigramas… Disfruta dando una vuelta por el mercáu los lunes o en ferias como la de la Avellana o Mestres, en las que siempre hay ambiente. Dice que, aunque algo añora Espinaréu, el pueblo poco se parece ya al que él conoció siempre y es mucho más prudente dejarse cuidar y vivir lo que queda tranquilo, sin cosas que hacer y sin dar que hacer demasiado.

Antonio González Faza no nació en Los Ángeles: nació en Espinaréu, en unos años muy difíciles que le exigieron curtirse, sin protestar, a base de trabajos manuales y esfuerzos descomunales que moldearon su carácter, sus ideas, su vida entera, sus andares… Aunque la traza de actor de Hollywood y el carisma, esas no se las quita nadie. Ahora, la que siempre fue su casa (Piloña) le ha distinguido con el título de Paisano del Año, en homenaje a su larga vida de película, llena de esfuerzos y tesones en oficios rurales variados y complicados. Y él, como si fuera Paul Newman, subirá a recoger el galardón orgulloso, luciendo sus aires de galán de cine y con más alegría que si recogiera un Óscar de la Academia.

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