Nacida en 1939, ha vidido siempre en la misma casa, donde trabajó cosiendo y crió a sus tres hijos. Desde allí observa cómo ha cambiado la vida en Ponga, antaño llena de movimiento
Tiempo de lectura: 4 minutosCarmen Rivero María. | Xuan Cueto
Nació en San Xuan de Beleñu, en 1939 y, desde su segundo día de vida, siempre ha vivido en la misma casa.
Sus primeros recuerdos son de la escuela: le gustaba ir. Aprendía rápido. La maestra la valoraba mucho. Y luego volvía a casa, a comer, haciendo los deberes por el camino en una pequeña pizarra.
Sus tareas siendo niña –aparte de estudiar-consistían en llevar leña para la noche, agua suficiente hasta el día siguiente y, a veces, cuidar el molino, ubicado bajo el puente que lleva a Sobrefoz: un modesto edificio que hoy ya está desaparecido pero sigue muy vivo en la memoria de Carmina, igual que el aroma de la harina que molía o el bisbiseo constante del agua que hacía que funcionara.
Con 14 años comenzó a trabajar: la maestra le ofreció seguir estudiando, cosa que le hubiera gustado; pero ella sabía que su deber era ayudar en casa, aliviando las muchísimas labores que su madre, María María, desarrollaba a diario y sin descanso; imitando aquella actitud de trabajo, voluntad y paciencia que siempre había mamado.
Su destino fue una sastrería, porque era diestra bordando y cosiendo. Así que allí se fue, por un sueldo de 5 pesetas que fue haciendo crecer con su valía.
Nueve años después se casó y empezó a llevarse el trabajo a casa, cosiendo pantalones mientras su lista de tareas diarias se engrosaba con cada nuevo año. Hasta que, con tres hijos, conciliar trabajo, labores domésticas, cuidados y crianza fue imposible, y abandonó lo de coser para dedicarse a los suyos.
Carmina añora cómo era el pueblo entonces: lleno de vecinos, de niños, de comercios y tareas. Lleno de movimiento. Y lamenta que a día de hoy todo sea tan distinto, que se hayan perdido los oficios, que no haya ni autobús, ni comercios para comprar en su Beleñu natal… que los montes estén tomados, los prados no estén cultivados y que se pierdan las castañas y avellanas, los molinos, la tila y los caminos…
Si pudiera retroceder en el tiempo, cambiaría muchas cosas: desgracias, que no quiere reseñar pero marcaron su alma para siempre; y, tal vez, volvería más atrás, a la niñez temprana, cuando su abuelo la cuidaba, con los bolsos llenos de avellanas que iba tirando ante ella para entretenerla.
Carmen nunca salió de San Juan de Beleñu y siempre se dedicó a trabajar en su tierra, aunque cree que –de haber nacido 50 años más tarde- hubiera estudiado. Quizás para maestra. Pero eso –remarca- nunca se sabe…
Ahora, sus nietos viven con ella y sus labores son pocas: guisar, comprar el pan, barrer… poco más. Ya le toca descansar. Aunque, dentro de ella, como en un archivo imborrable, siguen muy presentes los dogmas y fundamentos de todos los oficios rurales que aprendió desde niña, a los que honró con su trabajo y ahora honra con el recuerdo, el orgullo profundo y la palabra.