Dionisio de la Huerta: alma, corazón y vida de Les Piragües

La figura del creador del Descenso del Sella, fallecido hace treinta años, sigue presente en la memoria de los asturianos. Arriondas y Ribadesella se preparan para celebrar la 87 edición de la prueba deportiva, el próximo 9 de agosto

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Dionisio de la Huerta entonando los versos del pregón antes del Descenso, imagen incluida en el libro de Janel Cuesta.

«Guarde el público silencio / y escuche nuestra palabra…».

Con la entonación de estos dos primeros versos de su pregón, repetidos un par de veces con una cadencia muy estudiada, Dionisio de la Huerta oficiaba cada año la ceremonia que precede a la salida de las piraguas desde el puente de Arriondas con rumbo a Ribadesella.

Para muchos asistentes al acto este es el momento estelar del día, más incluso que la entrada triunfal en la meta. Dionisio pensaba lo mismo: «En el Sella», señalaba el creador de la gran fiesta de Asturias, «lo importante, lo bonito, lo espectacular, es la salida y no la llegada». Me temo que los piragüistas que aspiran a los laureles de la victoria no comparten esa visión tan romántica: «Pese a todo lo que se diga de participar, lo más importante es vencer», afirmaba en 2006 el historiador del Sella Raúl Prado.

Entre dioses y reyes

El pregonero de antaño, hoy sustituido por otros intérpretes de su discurso fundacional, era cordial y elegante, tenía sentido del humor y se mostraba discreto y grandilocuente a la vez: decía hablar por orden del rey Pelayo y aseguraba contar con el beneplácito del dios Neptuno. Manejaba con maestría su particular juego de tronos y desplegaba sus dotes diplomáticas, pero sin perder el control del poder. El ya citado Raúl Prado —médico, escritor y gran conocedor de la intrahistoria del Sella— corroboraba en 1980 este rasgo de Dionisio: «Es tozudo por demás, y cuando se le mete una cosa en la cabeza, ya pueden pasar carros y carretas, que no cede. Quizá por eso llevó adelante el Descenso». Un modelo casi presidencialista, irrepetible.

Dionisio no dejaba que el deporte eclipsara la folixa… y viceversa. Aunque no figuraba en su lista de divinidades predilectas, nuestro hombre hacía como Jano, el dios bifronte de los romanos: ponía una cara para apoyar a los palistas, origen y razón de ser de todo este acontecimiento, y otra para animar a los participantes en el irreverente desfile de Arriondas y la tradicional romería de Llovio. El Sella era y es así: un binomio casi perfecto, ideado por un «catalán de casualidad y asturiano de sangre, de esencia y de simpatía», en palabras del periodista Ramón Sánchez-Ocaña.

Dos caras

Además de Raúl y Ramón, los primeros historiadores de Les Piragües, cuentan quienes lo trataron de cerca que, a Dionisio —el visionario que, en 1929, plantó en la vera del río Piloña la semilla del Descenso del Sella— le gustaba dar órdenes y ejercía su autoridad sin titubeos. Lo hacía con mano de hierro y guante de seda, de acuerdo con la receta clásica. Se habría manejado con desenvoltura en los Siete Reinos, pero la novela y la serie televisiva de HBO llegaron tarde para él: Dionisio falleció en 1995, un año antes de que George Raymond Richard Martin publicara sus primeros relatos fantásticos. De no ser así, quién sabe si no hubiéramos visto dragones sobrevolar el río y a Ribadesella convertida en Desembarco del Rey.

Dionisio de la Huerta junto al tren fluvial, imagen incluida en el libro de Janel Cuesta.

Bromas aparte, la Fiesta de las Piraguas, inseparable del Descenso, como toda manifestación popular que se precie, requiere liturgia y organización: Dionisio y su máquina de escribir trabajaban sin descanso en invierno y en verano. El Sella necesita, sin que apenas lo noten los participantes, una gran puesta en escena, mucha imaginación y una ceremonia bien ensayada. Esa fórmula magistral, ideada, corregida y aumentada por el propio Dionisio a lo largo del tiempo, le dan solemnidad y frescura a un espectáculo único, compartido cada primer sábado de agosto por trescientas mil personas, según dicen las crónicas periodísticas, replicadas al instante y con entusiasmo por los programas de inteligencia artificial de los buscadores más comunes. Trescientos mil selleros y, no lo olvidemos, más de un millar de palistas que reman río abajo para dar vida a la prueba deportiva más importante del mundo en su modalidad. En la web del Comité Organizador del Descenso del Sella (CODIS), presidido por Juan Manuel Feliz, están disponibles escalafones y estadísticas.

Entre unos y otros hacen posible el éxito, el milagro de una celebración casi centenaria y muy singular. Fiesta y descenso son complementarios y, cuando han intentado ir cada cual por su cuenta el resultado se resintió, como ocurrió a mediados de los setenta del siglo XX, su período más crítico y afortunadamente breve. Fiestas hay muchas y ríos surcados por piraguas y otras embarcaciones, unos cuantos, pero eso que en Asturias llamamos simplemente el Sella, o «ir al Sella», es un ritual iniciático que solo se da por estos pagos, aunque tenga imitadores.

Un himno compartido

Dionisio de la Huerta Casagrán (Barcelona, 19.12.1899-4.4.1995), una suerte de dandi catalán y romero asturiano a partes iguales, conocía muy bien esos resortes y fibras emocionales. Ataviado con el traje oficial del Sella ideado por él mismo —montera picona, flor, chaleco y collar—, el creador de Les Piragües tardaba apenas tres minutos en leer el pregón del Descenso del Sella, al que pertenecen los dos versos que dan comienzo a esta semblanza. Un texto de su puño y letra, respetuoso y alegre, pero reflejo inevitable de las costumbres sociales, de los usos amorosos y de los guiños paternalistas de otras épocas, de tiempos más convencionales y pacatos que los actuales.

Dionisio de la Huerta.

El pregón de Les Piragües se lanza desde el puente de Arriondas y resuena en todos los rincones del país astur y más allá de nuestras fronteras, sobre todo desde que la televisión empezó a transmitirlo en directo en 1987. A Dionisio, actor aficionado en su juventud barcelonesa, le gustaba subrayar que él no leía el pregón, sino que lo declamaba y lo sentía como si fuera una interpretación sobre las tablas. Tras esas estrofas sencillas y envolventes, y para elevar aún más la temperatura emocional del momento, se da paso al Asturias, patria querida, convertido en «himno regional en buena medida gracias a la Fiesta de las Piraguas», tal como reconocía Pedro de Silva, expresidente del Principado, en el prólogo a la exhaustiva biografía de Dionisio publicada en 1993 por Janel Cuesta. También Dionisio solía repetir con orgullo esta misma idea: Asturias, patria querida, canción popular de origen discutido, se convirtió en himno del Sella en 1958 por iniciativa suya y adquirió la categoría de himno oficial del Principado en 1984.

Las dotes interpretativas de Dionisio se ponían a prueba en cada Descenso, cuando ejercía de anfitrión desde el actual puente Emilio Llamedo Olivera, denominado así en memoria de otro de los grandes artífices de la Fiesta de Las Piraguas. En este vídeo, procedente del Archivo de RTVE en Asturias, se puede escuchar íntegramente, y en su propia voz, el discurso de Dionisio en la edición del cincuentenario, conmemorado en 1980.

Versos del pregón del Sella leídos por Dionisio de la Huerta. | Archivo de RTVE Asturias

Este cronista, que vivió su lejana juventud en las inmediaciones del puente de Arriondas, con los Picos de Europa nevados como telón de fondo, recuerda bien los descensos de los años sesenta y setenta del pasado siglo. Dicho ya en primera persona: hice mis pinitos periodísticos como corresponsal de La Nueva España entre 1972 y 1975 y me tocó cubrir el Sella en aquel período en que Dionisio se alejó temporalmente de la organización por discrepancias con la rigidez de las normas impuestas por la Federación Española de Piragüismo. «Crack en el Sella», titulaba entonces la revista Asturias Semanal un reportaje de Lorenzo Cordero. Me lo contó el propio Dionisio, una década después, en una entrevista que le hice para El País, en agosto de 1984.

Aquello no tenía sentido porque el Sella es espontaneidad y ellos querían convertirlo en una carrera contra reloj. Ante esta disparatada pretensión opté por dejarlo porque hubo una generación en aquella época [en la Federación] con la que no se podía tratar.

Tres siglos

Dionisio me hacía estas y otras confesiones en la planta decimotercera de su piso de Gijón, en la calle Domínguez Gil, aquejado ya de considerables problemas de audición y de movilidad, pero muy firme y clarividente a la hora de defender sus principios y convicciones en torno al Sella y sus circunstancias. Recuerdo bien que, al preguntarle por su interpretación del gran fenómeno social, cultural, económico y deportivo que es el Sella, me conminó a que tomara nota textual de su definición. Reproduzco literalmente su respuesta, que empezaba con una doble negación:

—El Descenso del Sella no es un espectáculo ni una competición. Es algo «espectacular», que se diferencia de otras actividades deportivas porque aquí, al revés de lo que ocurre con el fútbol, juegan todos, los palistas y los espectadores. No hay más secretos. El éxito del Sella no se debe a mí: todo esto ha sido posible gracias a los asturianos.

A aquel domicilio gijonés de Dionisio, que se pasaba los inviernos en Barcelona y los veranos en Asturias, entre Gijón y Piloña, acudió durante meses el escritor Janel Cuesta, autor de la más completa biografía del inventor de la Fiesta de las Piraguas: Dionisio de la Huerta. Un hombre entre tres siglos. El detallado y muy documentado trabajo de Janel se publicó primero en El Comercio —una veintena de capítulos— y después como libro en 1993. Esta obra es de consulta obligada para quien quiera saber más sobre la vida y las actividades del hacedor principal de Les Piragües.

Dionisio de la Huerta, muy unido toda su vida a sus hermanos Antonia Benita y Alberto, era hijo de un emigrante asturiano que hizo fortuna en Cuba: Manuel de la Huerta —originario de Coya, en Piloña, en donde nació en 1857—, quien se casó en 1898, ya de regreso a España, con la joven catalana Antonia Casagrán. El matrimonio se estableció en Barcelona y allí nació su descendencia. Antonia, la primera esposa, falleció muy joven, en la treintena, y el padre contrajo nuevas nupcias, unión de la que vino al mundo Alberto, el tercero de los hermanos. La casa familiar de Coya, cerca de Infiesto, la mandó construir Manuel de la Huerta y estaba terminada en 1907, como regalo para su primera mujer.

Janel Cuesta, autor de una extensa bibliografía sobre temas asturianos y gijoneses en particular, rememora hoy, a sus noventa y dos años, las largas conversaciones que mantuvo con Dionisio en las décadas de los ochenta y noventa del pasado siglo, origen de su citada biografía.

Dionisio era catalán por los cuatro costados, pero también estaba enamorado de Asturias. Reservado, muy seguro de sí mismo, me recuerda en ese aspecto a Luis Enrique, el futbolista y entrenador gijonés. A Dionisio, que tenía una cultura impresionante, le gustaba mandar cuando estaba convencido de algo. Hablaba varios idiomas, conocía a mucha gente y había viajado por todo el mundo. Era muy austero y ordenado: guardaba todos los recortes de prensa sobre el Sella y hacía las carpetas con el propio papel de periódico. Era bastante hermético. No me dejaba grabar nada al principio de nuestras charlas porque él quería que yo hiciera un libro sobre el Sella, no sobre su vida. Yo le insistía en que sobre la Fiesta de las Piraguas ya había varias publicaciones. Gracias a su hermana Antonia logré vencer esa resistencia inicial y pude hacer finalmente el libro.

Del tenis al piragüismo

Dionisio de la Huerta, que fue combatiente en la Guerra de Marruecos, se licenció en Derecho, pero apenas ejerció la abogacía durante un lustro y medio en un bufete de Barcelona. A pesar de las valiosas indagaciones de Janel Cuesta, sus datos biográficos son bastante escuetos porque Dionisio era reacio a compartir públicamente sus asuntos personales y defendía su privacidad.

El creador del Sella habría querido ser diplomático, pero su padre se opuso a esa vocación juvenil, así que se buscó otra forma de recorrer el mundo y lo logró gracias al tenis. Fue secretario de la Federación Española de Tenis, otro de sus deportes favoritos, entre 1933 y 1958. Entre tanto, cultivó aficiones como la interpretación teatral —en 1943 hizo una adaptación del Tenorio de Zorrilla: El burlador del Turó— y descubrió, en 1929, la que sería su otra gran pasión: el piragüismo. Aquel año compró una embarcación plegable, de lona marrón, en los Almacenes El Siglo de Barcelona y con ella, en compañía de Alfonso Argüelles y de Manés Fernández, este último a bordo de una piragua individual, bajaron el tramo del Piloña que va desde Coya a Infiesto, trayecto de unos cinco kilómetros de recorrido.

Dionisio de la Huerta y Alfonso Argüelles (1929), imagen incluida en el libro de Janel Cuesta.

Así empezaba la prehistoria del Descenso del Sella, que, tras estos balbuceos, fijó la salida en Arriondas y la meta en Ribadesella en 1932. La guerra civil española interrumpió, por razones obvias, la celebración de la prueba entre 1936 y 1943. En 1951 la competición adquirió carácter internacional y en 1955 se puso en marcha el tren fluvial, que acompaña a través de las vías el recorrido del Descenso desde Arriondas hasta Ribadesella. Era y es una alternativa a quienes siguen el Descenso por carretera, costumbre iniciada ya en los inicios de la competición. El desfile de romeros y piragüistas por la calle principal de Arriondas, los gigantes y cabezudos, las sirenas y los tritones, y toda la serie de personajes ideados por Dionisio se fueron incorporando paulatinamente. A quienes colaboraban con él en la organización les agraciaba con títulos honoríficos: archiduques, duques, almirantes… una lista interminable de distinciones que me recuerdan —salvando épocas, intenciones y distancias— a las otorgadas por el escritor Javier Marías en su imaginario Reino de Redonda. En 1968 llegó la novedad de dar la salida con un disparo de cañón, pieza de artillería asociada desde entonces a Arriondas y el Sella. Y así —con respeto a los orígenes, pero con innovaciones constantes— hasta llegar a esta 87.ª edición de Les Piragües, que se celebrará el próximo 9 de agosto.

Historias del Descenso

El primero que dedicó un libro a la historia al Sella fue el periodista Ramón Sánchez-Ocaña (Oviedo, 1942): Las piraguas. Descenso Internacional del Sella. Fiesta de Asturias, aparecido en 1968. Se sorprende ahora Ramón, afincado en Madrid, de que «aquel librito casi improvisado pueda despertar algún interés», pero sí que lo tiene. Es una publicación breve, de 145 páginas ilustradas con fotos, que destila frescura y honestidad cuando se hojea. Advertía Ramón en el prólogo que su bosquejo sobre el Sella podía contener errores, pero animaba a solventarlos con las herramientas de la época: «En ese caso, lector, no te limites a la crítica. Ponnos unas líneas. La próxima edición de este librito te lo agradecerá».

Preguntado ahora por aquella iniciativa juvenil, Ramón Sánchez-Ocaña me cuenta cuáles habían sido sus propósitos.

—Aquel librito trataba de dar un primer paso para que alguien, años después, pudiera hacer la verdadera historia de esta competición, que es fiesta, o de esta fiesta que es cumbre deportiva. Porque, ciertamente, Las Piraguas merecen tener su historia escrita y aquellas páginas no fueron más que el intento de recoger sus orígenes y dejar constancia hasta el año 1967, año del XXXI Descenso del Sella.

En los primeros párrafos de mi librito ya se hacía una breve semblanza de Dionisio de la Huerta. Las semblanzas de Dionisio siempre tienen que ser breves, porque fue tanta su humanidad, fue tanta su simpatía y tanta su vinculación a Asturias, que siempre nos quedaríamos cortos.

Escribía yo entonces: «Dionisio de la Huerta tiene un hijo: el Descenso. Hablar del Descenso es hablar de Dionisio y es hablar de Asturias, porque no sé con qué extraño alambique han sabido aunar en una sola jornada tanta Asturias, tanta alegría y tanto carácter».

Dionisio, Gran Duque del Sella, nombrado por el dios Neptuno, fue el padre y gran cuidador, desde los primeros años treinta del pasado siglo, de esta maravillosa criatura que los primeros sábados de agosto viste a Asturias de fiesta y de alegría. Todo reconocimiento que se le haga será poco.

A mí me gusta recordar cómo termina su salida en verso que, a modo de pregón, se recita cada año: Y quien tenga ojos que mire / y ponga al mirar el alma. / y diga si no es hermosa / la fiesta de las Piraguas.

Este final del pregón de Dionisio, recuperado ahora por Ramón Sánchez-Ocaña, se ha recortado y adaptado mínimamente en función de las necesidades. Al libro de Ramón siguieron después otras tres historias del Sella escritas por el médico Raúl Prado González (1938-2011), muy comprometido con el Descenso a lo largo de toda su vida. La más completa de las obras de Raúl es la última, publicada en 2006: Setenta años del Descenso del Sella, escrita en colaboración con el periodista gijonés Luis Fernández (1942-2019), sellero de pro y narrador de la prueba en Televisión Española a lo largo de varias de sus ediciones.

El legado de Dionisio

El legado material del fundador de Les Piragües —la memoria documentada de casi un siglo de historia en torno al Descenso del Sella— está depositada en la Asociación de Amigos de Dionisio de la Huerta, con sede en Gijón desde que se ideara su constitución en 1993. Ese legado, de un gran valor histórico y sentimental, es fruto de la donación hecha por los herederos y familiares de Dionisio a esta entidad privada, impulsada en su día Jesús Suárez Valgrande (1912-1997), el ya mencionado Janel Cuesta y Alberto Estrada, su actual presidente.

Una de las primeras iniciativas de la Asociación, con el apoyo de Amigos de Parres y el Ayuntamiento de Arriondas, fue la colocación en esta villa, en 1993, de un busto en memoria de Dionisio. El modelado de la figura, cuyo coste se cubrió mediante suscripción popular, es obra de Miguel García, el Ponticu, quien le dio forma en los talleres de Cerámicas La Guía de Gijón. El propio Dionisio acudió a su inauguración y agradeció el homenaje que tan merecidamente se le tributó entonces.

Los alcaldes de Ribadesella y Parres, Paulo García y Emilio García Longo, colocando la ofrenda floral al busto de Dionisio de la Huerta.

La Asociación de Amigos de Dionisio de la Huerta ha intentado en distintas ocasiones la apertura de un museo dedicado al fundador del Sella, con sede en alguna de las villas más enraizadas con el Descenso: Arriondas, Ribadesella, Cangas de Onís e Infiesto. Pese al tiempo transcurrido, ese deseo no se podido materializar por falta de acuerdos y, por tanto, de los medios necesarios para hacerlo realidad. Los Amigos de Dionisio, según me comenta Alberto Estrada, no han arrojado la toalla y siguen esperanzados en alcanzar su objetivo.

Banda sonora

Recuerdo aquella vez…

Ya vimos que el Asturias, patria querida es la canción del Sella por excelencia, su himno oficial, por empeño personal de Dionisio de la Huerta. Sería interesante, y muy ilustrativo, recuperar la banda sonora de Les Piragües, pero esa playlist sería inevitablemente larga, tanto como la propia vida del Sella. No se puede obviar, además, que, al calor del Descenso, han nacido dos multitudinarios festivales de música electrónica: Aquasella y Riverland. Ambos se celebran, en la segunda quincena de agosto, en una finca de la margen derecha (Cangas de Onís), el Merediz, muy próxima a Arriondas. El lugar se ha reconvertido en el Valle de la música y atrae a jóvenes de todas las latitudes. Estos conciertos, que transforman la vida cotidiana de la capital parraguesa durante dos semanas, no tienen vinculación directa con el Descenso, pero sí han surgido, hace casi tres décadas, como derivaciones del evento principal. Son otra forma de prolongar y entender la fiesta.

Como digo, la posible banda sonora del Sella es tan diversa como los miles de participantes que acuden anualmente a Les Piragües, cada cual por motivos e intereses diferentes. En el Sella caben (cabemos) todos, incluso los nostálgicos. En 1951, el año en que el Descenso adquirió categoría internacional, un joven compositor peruano estrenaba uno de esos temas que sobreviven con el paso de las generaciones: el vals Alma, corazón y vida. El autor de la letra, Adrián Flores Albián (1926-2023), la escribió en 1949 para decirle a Eva, un amor de juventud, que él, humilde y sin fortuna, solo le podía dar a aquella mujer —a la que conoció en la frontera de Ecuador— esas tres cosas: «alma para conquistarte, corazón para quererte y vida para vivirla junto a ti». Los ofrecimientos románticos de Adrián no convencieron finalmente a la chica, pero la canción, que cuenta con decenas de versiones —desde Los Panchos y Paco de Lucía hasta Dyango y Melendi— empezó a sonar en las chicherías, en ambientes populares, y se convirtió en un clásico del género. El escritor peruano Mario Vargas Llosa, recientemente fallecido, confesó que esta había sido la primera canción que se aprendió de memoria, cuando era niño.

Algo así hizo Dionisio con Les Piragües. Él, al contrario que Adrián, sí era un hombre pudiente, soltero y con fortuna familiar, pero sabía que una empresa como la que se inició, casi por azar, en 1929 no triunfaría solo con dinero ni con marketing. Había que ponerle pasión, entusiasmo, valentía. O sea: alma, corazón y vida. Amor. Por eso le salió tan bien.

Miguel Somovilla (Arriondas, 1956) es periodista. Ha sido responsable de comunicación de la Real Academia Española (RAE) entre 2010 y 2017, jefe de Cultura y director de Comunicación en RTVE entre 2004 y 2008 y ha trabajado en periódicos como El País, Cambio16,La Voz de Galicia o La Nueva España.

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