Tras regresar de Alemania fue durante veinte años presidenta y trabajadora de una cooperativa textil, en la que gestionó el bienestar laboral de sus compañeras
Tiempo de lectura: 4 minutosEloína Llera Rodríguez. | Xuan Cueto
Si Eloína fuese un color, probablemente sería blanco: de paz, armonía y elegancia. De luz.
Además, a su alrededor todo está sembrado de flores, a las que cuida diariamente con entrega y cariño. Y no se da cuenta, pero ella y su ambiente vital actual son una analogía de su trayectoria, que consiguió llevar luz y armonía para decenas de mujeres en Ponga a las que cuidó, como a flores, durante dos décadas.
Nació en Triviertu, a mediados de abril de 1944, y cuando tenía 8 años se fue a Sellañu, a una casa junto al río que parece cosida a la roca, en la que su madre le enseñó a coser y a la que Eloina quedó hilvanada para siempre.
Siendo adolescente, su padre murió. Y decidieron partir a Alemania en busca de un porvenir que, en Ponga, parecía desdibujado. Fue un viaje largo, lleno de inconveniencias, pero finalmente, llegaron. Y, a pesar de las muchas barreras, enseguida encontró trabajo en una fábrica de perfumes: una enorme, muy moderna, llena de máquinas y con miles de personas empleadas.
No fue fácil: su madre murió, sólo un año después del padre, y la pena de esas ausencias pesaba en el corazón. Pero ella era joven, ilusionada por prosperar y buscarse la vida honradamente. Deseosa de ahorrar para volver a su tierra querida, que tiraba de ella en la distancia.
Luego, se enamoró de un joven de Casu, Severino: habían vivido años separados por las paredes pétreas del Tiatordos y fueron a encontrarse muy lejos. Cuando se casaron, tuvieron un hijo y cumplió los 3 años, decidieron regresar a casa, al hogar junto al río.
Durante años, Eloína se dedicó a cuidar (la casa, la huerta, a su hijo, a la tía Amparo, a su suegra…) hasta que un día llegó hasta Ponga el rumor de que una fábrica textil de Gijón necesitaba manos. Y ella, que echaba de menos trabajar fuera de casa y hasta había sacado el carnet de conducir para tener más oportunidades, se adhirió a la idea de montar una cooperativa textil, íntegramente femenina, en la misma Sellañu.
Fue presidenta y trabajadora de esa Cooperativa durante 20 años. Los inicios fueron duros, haciendo cursos, papeleo…buscando ayudas, apoyos, maquinaria… Pero luego, fue rodando. Y hasta que se jubiló, combinó el coser con regar aquel jardín de mujeres, gestionando el trabajo y el bienestar laboral de todas con ahínco, muchos viajes, muchas vueltas, muchos remiendos y mucha perseverancia.
Hoy, lleva una vida tranquila, acompañada de su perra Mía y orgullosa de su hijo y su nieta. Orgullosa de lo cosechado y vivido. Orgullosa de haber compartido amor con su querido Severino, al que añora muy fuerte.
Eloina es luz y paciencia. Costurera y jardinera. Pero, si fuera un color, sería blanco: una flor nívea en un jardín de colores que aportó luminosidad a una tierra fértil llena de mujeres semilla.