Javier y la ilusión de cambiar el mundo

Javier Lavandera Cantora | Paisano del Año de Piloña 2025

Tiempo de lectura: 7 minutos

Javier lleva 84 años siendo fiel a sus ideas.  

Y en esos 84 años ha vivido en primera persona lo bueno y malo de ser consecuente a ellas.  

Nacido en 1941 en San Román de Villa, hijo de maestra y comerciante, la represión franquista trastocó por completo la vida de su familia. A su padre le incautaron su negocio en Infiestu, una forma de represión económica que la dictadura aplicó a los republicanos.  

«Seguimos entonces viviendo del sueldo de mi madre», cuenta Javier. El trabajo de su madre como maestra les llevó primero a Purón, en Llanes, y de allí a Potes, en Cantabria. Del pueblo cántabro recuerda Javier «bastantes anécdotas». La principal tiene en realidad poco de anécdota y mucho del ambiente de aquellos años de posguerra. Viviendo en la casa de la escuela sufrieron un incendio que sigue creyendo intencionado.  

«Recuerdo que cogí los relojes y una colección de sellos, que yo de aquella estaba coleccionando sellos, y fue lo que saqué».  

Los años de infancia tampoco estuvieron exentos de enfermedades. Javier pasó la conocida como fiebre de Malta y sufrió un trastorno de conducta alimentaria: «Lo que más me gustaba comer era ladrillos y tejas. O sea, barro, barro cocido. No sé qué tipo de enfermedad era, pero yo agarraba ladrillos, y a comer…».    

Volver a empezar 

Su padre tenía claro que quería volver a Piloña y así lo consiguieron en los cincuenta. Su madre logró plaza de maestra en Coya y su padre, no sin esfuerzo, echó a andar de nuevo un negocio.  

En 1953 Javier ingresó en el seminario por una «razón muy sencilla: era la única manera que teníamos de estudiar». Allí permaneció hasta los «veintipico», cuando le expulsaron por sus ideas. «Yo tenía una idea muy clara, yo quería hacer política siendo cura. Y por razones políticas, me botaron. Los tíos no eran tontos, me echaron», cuenta entre risas.  

«Yo tenía una idea muy clara, yo quería hacer política siendo cura. Y por razones políticas, me botaron»

Lo de ser cura político no fue posible y, alejado del sacerdocio, tuvo que cumplir con el servicio militar. La mili la hizo en Melilla, en el «año de Massiel», bromea. Corría 1968 y efectivamente aquel fue el año de Massiel y el triunfo de su ‘La, la, la’ en Eurovisión. «Es lo único de lo que me acuerdo de todo el año y medio perdido allí miserablemente», explica. 

La lucha política

Con la dictadura entrando en su recta final, ya libre de servicio militar y de seminario, Javier se asentó en Infiestu, de nuevo con una idea firme: «La idea mía era seguir con el problema político porque yo tenía ilusión de cambiar el mundo».  

«Nada más que murió Franco, empezamos a pelear políticamente. Coincidió que estaba en el instituto de profesor Xuan Xosé Sánchez Vicente y fundamos en la zona el PSP (Partido Socialista Popular), el de Tierno Galván, que después se integró en el PSOE», relata Javier. 

«Estuvimos ahí peleando, peleando con todo lo duro de aquellos años porque la derecha y los franquistas no querían perder. Me presenté a las primeras elecciones municipales, que ganó la UCD», continúa Javier.  

«Estuvimos ahí peleando, peleando con todo lo duro de aquellos años porque la derecha y los franquistas no querían perder»

A aquella etapa política en los inicios de la democracia le puso fin el desencanto. Dimitió «automáticamente», cuenta, cuando expulsaron a Alejandro Bárcena del PSOE, en 1979 tras liderar la huelga del transporte. «Era también de los que pensaba en cambiar el mundo», rememora de su compañero. 

«De golpe dejé toda la política», explica Javier, quien se centró entonces en el negocio familiar, Ultramarinos Lavandera.  

El negocio familiar

La tienda de los Lavandera tiene historia y mucho de símbolo de resistencia. Resistencia frente a las trabas primero, en aquellos años de dictadura en los que se frenaban los intentos de progreso de los que pensaban diferente; y frente al avance del mercado después, con los supermercados y la lucha desigual de empresas gigantes contra pequeños comercios.  

Para ellos y en especial para su padre, la tienda era más que un negocio. Era una expresión de dignidad, de recuperar, aunque fuese desde cero, la actividad que ejercían antes de la guerra y que les fue arrebatada.  

La tienda volvió a florecer pese a las trabas de la dictadura primero y la competencia de los supermercados después

No fue fácil tampoco esa segunda etapa. Para muestra otra anécdota: los Lavandera vendían, además de alimentación, piensos. Esos piensos los almacenaban en el edificio de La Benéfica, la hoy «famosa» Benéfica, relata Javier.  

«Queríamos comprar aquello o dejarlo. Fui a hablar con el alcalde, me tocó a mí hacer las gestiones». La respuesta, prosigue, fue un no rotundo: «Si lo compráis vosotros, pongo una barandilla al final de la calle y no dejo pasar ningún vehículo», rememora de aquella conversación.  

La gestión anarquista

En 1979, Javier se casó con Tita y junto a ella, su hermano Carlos y su cuñada Esther, se hizo cargo de la tienda hasta su jubilación.  

Esa idea de cambiar el mundo siguió presente también desde su papel de comerciante, defensor por ejemplo de la necesidad de que «subieran el sueldo de los obreros, porque de esa manera podríamos hacer más competencia a los grandes».  

Javier Lavandera presidió además Socal, una «sociedad de pequeños comercios que tenía el local en el Espíritu Santo, en Oviedo». «Estábamos más bien metidos con los obreros que con los empresarios», explica.  

«Quería que subieran el sueldo de los obreros porque de esa manera podríamos hacer más competencia a los grande

En el negocio, los Lavandera aplicaron el criterio de la calidad en el producto y del «anarquismo» en la gestión. Vendían artículos cuidados, muy apreciados por la clientela, y cada uno «trabajaba lo que podía y cogía lo que necesitaba». El dinero lo tenían en una caja común y jamás tuvieron ningún desajuste. 

Javier compara esa forma de entender la gestión con una fuente: «Bebes lo que tengas falta de beber, pero dejas el agua que siga corriendo». Sin acaparar.  

El respiro de la montaña

Así, trabajando «de luna a luna», con el único respiro que les daban las rutas por el monte los fines de semana y sin más vacaciones que las que Javier y Tita pasaron en una ocasión con sus hijos Iván y Laura en Madrid, llegó la edad de jubilación, allá por 2006. 

La tienda acabó cerrando, pero hoy su lugar lo ocupa otro negocio de la familia, la Óptica Lavandera.  

Javier ha plantado cara al cáncer, pero también ha recuperado el tiempo de ocio al que renunció por el trabajo

Desde que está retirado, Javier ha plantado cara al cáncer, pero también ha recuperado el tiempo de ocio al que renunció por el trabajo. Tita y él han viajado, dividido sus días entre Infiestu y su casa de El Colláu, en Parres, y siguen disfrutando cada día de sus dos hijos y sus cuatro nietos.  

Y aunque lleve décadas alejado de la actividad pública y la política, en Javier siguen muy vivas las ideas. «No podía cambiar el mundo y al no poder cambiar el mundo, pues dejé el mundo correr. Pero eso no quiere decir que no siga pensando».    

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