Un moderno parnaso: La biblioteca ambulante de Piloña

Un grupo de personas voluntarias ha tejido una cadena silenciosa pero firme: una biblioteca ambulante que viaja de casa en casa para acercar la lectura a las zonas más aisladas de su entorno rural

Tiempo de lectura: 6 minutos

«Me pregunto si no hay un montón de creencias bobas alrededor de la educación superior. Nunca he conocido a nadie que por ser hábil con los logaritmos y otras formas de poesía fuera más ducho lavando platos o zurciendo calcetines. He leído todo lo que he podido y me niego a ‘admitir impedimentos’ para amar los libros»

Así reflexiona Helen McGill, la protagonista de ‘La librería ambulante’, mientras recorre caminos polvorientos llevando libros a todos los rincones del oeste americano. Como en aquel feliz Parnaso de ficción soñado por el escritor Christopher Morley, en el concejo de Piloña también se ha desplegado una red para acercar la lectura a las zonas más aisladas de su entorno rural.

Impulsados por la Biblioteca Pública y coordinados por la Asociación El Prial, un grupo de personas voluntarias ha tejido una cadena silenciosa pero firme: una biblioteca ambulante que viaja de casa en casa. Si de alguien dependía este sueño hoy hecho realidad, es de Nieves, la bibliotecaria, quien tuvo el empeño de poner a disposición este servicio.

El proyecto, que nace en una primera instancia en 2014 impulsado por la Biblioteca y la Concejalía de Cultura junto con Servicios Sociales y el Servicio Municipal de Ayuda a Domicilio, evoluciona hasta lo que es hoy: una red autosostenida de apoyos, movilizada desde el 2023 gracias a la labor conjunta de Nieves y Laura Gutiérrez, coordinadora del Centro de Voluntariado del Oriente de Asturias (El Prial).

Nieves, bibliotecaria de L’Infiestu. | Xuan Cueto

Para comenzar, las personas usuarias, rellenan un cuestionario de gustos literarios y de ahí se pone en marcha toda la maquinaria. Los libros se piden a demanda y, mediante coordinación interna a través de WhatsApp, los voluntarios y voluntarias disponibles, recogen los libros en la Biblioteca de L’Infiestu y los llevan hasta el domicilio.

«Aunque se va incorporando alguno nuevo, son más los lectores que perdemos por fallecimiento o porque acaban trasladándose a residencias. Ahora tenemos unos 10 voluntarios y 5 usuarios activos», confirma Nieves. La mayor parte de estos «usuarios» a los que nos referimos son, en realidad, mujeres de más de 70 años que generalmente viven solas y que subrayan «la suerte de poder seguir leyendo gracias a este servicio».

La señora Marisa, de 81 años, vecina de La Infiesta (Borines), es una de las beneficiarias del proyecto. Durante toda su vida, los lunes de mercau bajaba a L’Infiestu junto a su marido y pasaba por la biblioteca a recoger sus libros. Cuando él murió, ella dejó de ir. Ahí fue cuando Nieves ya le manifestó la ilusión y el empeño de hacer, según dice, «como esas librerías ambulantes que llevan los libros hasta las casas».

Así, tras quedar viuda, y ante las dificultades para desplazarse, Marisa se convirtió en una de las primeras beneficiarias del préstamo a domicilio: «fueron todos muy agradables, se portaron muy bien», recuerda sobre las personas voluntarias que han pasado por su casa. A día de hoy, sigue leyendo a un ritmo envidiable —un libro de esos gordos a la semana, o incluso más—. «Todos los días yo me voy para la cama a las nueve y me pongo igual hasta las 2 de la mañana… Para mí leer ye como trabayar», sonríe.

Marisa, de 81 años y vecina de La Infiesta es una lectora voraz desde la infancia. | Adrián O. Lozano

Marisa ha sido una lectora voraz desde la infancia. A pesar de que en su casa no había nadie a quien le gustara leer y la luz se prendía solo para lo indispensable. Tenía que apañarse leyendo a escondidas bajo las mantas con una linterna a pilas que compró con sus propios ahorros.

«Como de noche no se trabajaba, echaba la ropa de cama por encima de mí pa’ que no vieran que estaba leyendo. Y por el día me escondía… ¡Cuántas veces traje metida la novelina por entre la ropa!», recuerda. Como tantas otras, tuvo que dejar la escuela a los 10 años para ayudar a la abuela y hacerse cargo de la casa. Sin embargo, pudo mantener su afición por la lectura. A los 12 años, una señora del pueblo, una amiga más mayor que ella, le prestaba las primeras novelas, «unas novelines de amor de esas que escribía Corin Tellado», dice. Cuenta también que un vecino del pueblo le prestaba a escondidas los libros, entonces censurados, de Blasco Ibáñez. «Me dio ‘La Barraca’, ‘Sangre y arena’, y me decía: tú calla, si se lo dices al cura tienes que confesarlo, léelos y no digas nada». Confiesa que aquello la marcó porque sentía que estaba cometiendo un pecando.

Desde entonces, que tendría dieciséis o diecisiete años, no ha parado de leer. Y, aunque prefiere las novelas históricas y románticas, especialmente las de la guerra en Alemania o la época victoriana, dice no ser una lectora selectiva en los temas de los libros, pero eso sí exigente con la forma en la que está escrito. «A mí lo que me gusta es que cuenten bien el tema», concluye.

Marisa dice no ser una lectora selectiva en los temas, pero eso sí exigente con la forma en la que está escrito. | Adrián O. Lozano

«Creo que este programa genera una red de apoyos en el entorno rural, aunando la solidaridad de las personas voluntarias, y el conocimiento y compromiso de Nieves y la Biblioteca Pública de Piloña. Tenemos la ilusión de que esto siga creciendo», confirma Laura, destacando la relación que se va tejiendo en las entregas: compañía, conversación, apoyo emocional… Ella pone en valor el papel fundamental de la bibliotecaria, quien ha contagiado a todas la ilusión y el entusiasmo que siente por los libros. Ambas mantienen la aspiración de llegar a más aldeas y a más personas vulnerables con este proyecto.

«Es una satisfacción hacer que alguien que ama la lectura no se prive de ese gran placer por una cuestión de accesibilidad», concluye nuestra particular Helen McGill.

Adrián O. Lozano es fotoperiodista cultural y literario. Ha trabajado para medios como El Correo de Andalucía y es colaborador habitual de la revista Negativa Magazine. Co-edita Sello Atitlán , un proyecto editorial de autoediciones y, actualmente, vive en Piloña, desde donde coordina espacios de literatura y escritura creativa con perspectiva de género.

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