Es la suya una vida marcada por el dolor, pero también por la determinación. Libre y fuerte, fue la primera mujer concejal de Ponga
Tiempo de lectura: 4 minutosAmparo Velasco. | Xuan Cueto
Nació en Beleñu, en 1944, y tiene los ojos azules, claros y acogedores, como un cielo primaveral despejado.
Un carro lleno de hierba le cayó encima con 5 años, aplastando sus huesos y su recién estrenada infancia; obligándola a la postración y a hospitales. A dolor, quirófanos, vendajes y medicación. A vivir, muy quieta y muy sola, lejos de Ponga hasta los once años, cuando escayolada, con tratamiento y afectada de una minusvalía que marcaría su andar para siempre, volvió a casa.
Recuerda que su padre, Manolo Velasco, la llevaba en brazos hasta la escuela cada mañana. Y que, aunque en su cabeza fluían ideas, sueños, creatividad y ganas de aprender y leer sin parar, con catorce años terminó sus estudios y empezó a trabajar: primero en casa Delfina, “haciendo de todo, durante toda una vida”, hasta que con 25 años surgió oportunidad de marcharse a Pravia, como empleada de una fábrica de confección.
Cuenta que aquella fue la mejor época de su vida. Que compartió piso con amigas. Que siempre tuvo claro que no quería casarse. Que allí votó por primera vez y vio llegar la democracia. Que cosía chaquetas y pantalones para la gente rica. Que aunque la miraban por la calle por sus andares, ella se sentía “una coja feliz”, libre e independiente. Y cuenta que fue en aquellos años cuando se supo embarazada y cuando decidió que iba a ser madre soltera.
Vinieron tiempos de amor profundo y de dicha. De maternidad ilusionante. De retornar a Beleñu para criar a su pequeña Paula. Pero, por desgracia, con tan sólo 24 meses, su hija falleció, afectada de un problema ventricular. Y Amparo, que siempre se había sentido un pájaro, abrazó aquella tristeza sobrevenida, sabiendo que –aunque pasasen los años- el dolor de aquella pérdida estaría prendido en ella para siempre.
Meses después, alguien llamó a su puerta, ofreciéndole formar parte de la vida política del concejo. Y fue así que Amparito acabó convirtiéndose en la primera mujer concejal de Ponga. La primera y la única mujer, durante años, en el equipo de gobierno.
Su trabajo fue impecable, discreto y efectivo. Tanto que, a día de hoy, la escuela de Beleñu lleva su nombre, un hecho que le provoca orgullo, emoción y lágrimas de alegría. Un regalo, en forma de homenaje, que su pueblo le hizo para honrar la buena labor de años que ejerció en el consistorio, donde trabajó hasta jubilarse.
Son 8 décadas de vida y Amparo dice que no cambiaría (casi) nada. Que siempre se ha sentido querida y apoyada; feliz a pesar de muchas malas circunstancias y dificultades. Que todo lo que le cabe ahora en el pecho es gratitud y serenidad. Y que aunque quisiera tener más lucidez para escribir cien libros, se siente privilegiada por dedicar sus días a leer, hacer ganchillo y coser recuerdos ante el mismo ventanal enorme, asomado a bosques tupidos y entornados, por el que miraba siendo niña, mientras cosía ilusiones.