Si con un alimento existe una deuda, es con la castaña. Quito fame como ninguno porque en Asturias alimentó bocas ya desde antes de la llegada del maíz, les fabes y la patata, cultivos procedentes de América.
El castaño no lo introdujo nadie, tampoco los romanos como se creyó durante años. Es de hecho un árbol autóctono y así lo demostró mediante «modelos matemáticos» una investigación liderada por la Universidad de Oviedo. Dicho estudio concluía que «el área cantábrica, y en particular Asturias, fue uno de los principales refugios climáticos del castaño hace más de 20.000 años».
Lo que sí hizo la mano humana, incluida la de los invasores del Imperio Romano, fue contribuir a la expansión del castaño como cultivo. Porque el castaño, aunque hoy cueste encajar la idea, fue un cultivo: hubo quien se preocupó de plantar, de cuidar los árboles para que suministrasen fruto.
Aunque pocos, hay quien lo sigue cultivando, como la familia de Hortensia González Guanes. Hortensina -como se la conoce- es parraguesa, del pueblo de Güexes, y al filo de los ochenta años se ha ganado el título de ‘reina de la castaña’ por sus innumerables victorias en el certamen que cada mes de noviembre se celebra en Arriondas. La última, la undécima consecutiva, el pasado domingo en la 33 edición de la cita, a la que acude desde sus orígenes.
Hortensina reina en el concurso, pero también más allá de la mera competición. Es la reina de la castaña porque heredó, preservó y, sobre todo, supo transmitir a sus hijos y nietas el saber en torno a la castaña. Su nieta mayor, Denís, médico de profesión, sigue acompañándola a coger castañas y ayudándola a preparar la muestra que desde Güexes bajan al certamen de Arriondas, aunque ello implique gastar días de vacaciones.
«Normalmente se quitan los castaños pa hacer prau pa les vaques. Ya no planta nadie», explica Hortensina González. Sus descendientes, sin embargo, lo han hecho. En una finca, uno de sus hijos, Rafael, «va haciendo un castañéu». Ha plantado setenta árboles, cuarenta de ellos injertados, que «ya empiezan a dar». «Tardan cuatro o cinco años», precisa.
Que su familia vaya al revés de la tendencia general la achaca, con cierta sorna y mucha verdad, a un gusto por «lo de antes». «Nosotros somos antiguos», bromea.
Al igual que la mano humana influyó en la extensión del castaño, su ausencia lo hace en el sentido contrario. El abandono del medio rural y las enfermedades han ido mermando los castaños cultivados para fruto.
Para recoger buenas castañas hay que cuidar las plantaciones. Y ese manejo pasa por el injerto. El castaño viejo «se va secando» y debe dejar paso a los ejemplares jóvenes, que requieren también de ayuda de los árboles que les precedieron. Sucede lo mismo que con el ablanu y su símil de la familia. «Hay que injertar y el injerto tiene que ser de una castañar vieja», explica Hortensina. Cuando no existe ese manejo, a la castañal se la considera «montesa» o «montesina».
Para que los árboles prosperen requieren además de unas condiciones precisas: profundidad para sus hondas raíces y un suelo húmedo, pero que no llegue a encharcarse. También de una lluvia regular y en el momento adecuado. Lo resume la sabiduría popular asturiana en un refrán: «Agostu secu, castañes en cestu. Setiembre moyáu, el campu estráu».
Un dicho similar existe en Galicia: «A castaña en agosto quer arder e en setembro beber». Lo que ambos significan es que un agosto seco y un septiembre de lluvia son la fórmula de la abundancia en la castaña.
Esas condiciones fueron las no se dieron este año, lo que ha reducido el volumen de la cosecha. «No llovió a tiempo», explica Hortensina González. Es más, últimamente «no llueve cuando el árbol lo necesita. Antes venía el tiempo más natural, el cambio climático se nota», reflexiona.
Dependiendo de cómo el tiempo haya influido y de la variedad de la castaña, la recolección comienza entre finales de septiembre y octubre y se prolonga hasta noviembre. Si duro es recolectar cuando existe abundancia, más aun lo es cuando el fruto escasea. «Es cansado, sobre todo cuando no encuentras nada, que te pones desesperada», cuenta.
En las variedades está el gusto
No es una sola. De la castaña existen en realidad multitud de variedades. Por sorprendente que pueda parecer al ojo inexperto, en España se han llegado a identificar hasta un centenar.
Según la variedad, difiere el aspecto, el sabor, la textura, el calibre, la facilidad para pelar o el periodo de madurez y recogida.
En Asturias, la variedad más apreciada es la valduna, de gran tamaño y sabor dulce. Se comercializa de hecho a un precio superior al resto, a diez euros frente a seis en el último certamen de Arriondas.
Entre las principales variedades presentes en la región están también la paré, rapuca, chamberga, doriga, vaquera, navexa, bacoa, miguelina, grúa, llanisca y pelona.
Recolectar castaña requiere de agacharse y apañar. Ese es el proceso más común en Asturias, si bien existe la posibilidad de varear el árbol para que el erizo (oriciu en asturianu) se desprenda. A ese sacudido se le llama en llingua asturiana dimir o demer y no es la única palabra que hace referencia a la recolección de la castaña.
Lo habitual es que la maduración se produzca en el árbol y los oricios vayan cayendo al suelo, de donde se recogen a mano. Esa forma de recolección es la gueta.
Guantes para evitar pinchazos de las púas son el mejor aliado de la gueta. Quienes más saben emplean también tenazas, hechas de la misma madera del castaño. Antaño existía incluso un atuendo característico para ir a castañas, que Hortensina González reprodujo y mostró sobre un muñeco este año en el certamen de Arriondas: «ropa cómoda y madreñes pa no moyar los pies; en la cabeza un sacu de capiellu, pa no se moyar; un sardu pa ir echando les castañes y unes tenaces pa coger el oriciu sin pinchase; y una corexa atada a la cintura pa dir apañándoles».
A la recolección de castaña se aplica otro concepto más, el de ir a bolenga. La bolenga o abolenga es el «derecho de cada vecino a recoger de un terreno común los frutos caídos». «Coger en pañando los dueños, entonces ya nadie dice nada», precisa Hortensina González.
Hoy en día, las castañas se extraen del oriciu ya en el momento de apañar y se conservan en casa. Antes era común que parte fuesen a la cuerria, construcciones circulares de piedra ubicadas en zonas boscosas. En esas estructuras se guardaban las castañas, aún dentro de los oricios, y se tapaban con estru: helecho, maleza, las propias hojas del castaño… Así, las familias se aseguraban de disponer de fruto durante más tiempo, normalmente hasta Navidad o enero, a lo sumo febrero.
La castaña no solo alimentaba a las personas. También se vendía y era cebo para el ganado. «Como no había dinero para pagar el pienso, se daban a los gochos. ¡Así era el jamón! Eso sí era carne buena», rememora Hortensina González. Y de la venta de los frutos, principalmente en mercados, las familias obtenían un complemento económico. «Yo ya iba de pequeña con mi madre a vender al mercáu. Ella las llevaba en la cabeza, no había otra forma», continúa. Existieron también castañeros que «ponían un precio y nos compraban, pero luego dejaron de venir. ¡Muchas vendimos para llevar a otras partes!».
En Asturias existen 80.560 hectáreas de castaño de monte bajo. Es el 17,85 % de la superficie arbolada de la región y nada menos que un 49,5 % de la superficie total de castaño a nivel de España. Pese a albergar casi la mitad de los castañares del país, Asturias no está ni de lejos entre los principales productores de fruto.
Según los datos del anuario de superficies y producciones de cultivos que elabora el Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación, la producción de Asturias en 2021 (último año con datos públicos) fue de 200 toneladas. En el conjunto nacional de 187.685, de las cuales 169.280 las aportó Galicia.
En la comunidad vecina cuentan con una indicación geográfica protegida, la IXP Castaña de Galicia. En El Bierzo (León), otra de las grandes zonas productoras, con la Marca de Garantía Castaña del Bierzo. Ese sello de calidad leonés estuvo presente por primera vez este año como invitado en el Certamen de la Castaña y Productos de la Huerta de Arriondas.
El certamen parragués es uno de los múltiples eventos que cada otoño se celebran en torno a la castaña, fruto aún capaz de dinamizar y reunir. En el apartado de festivales existe el de la castaña valduna de Las Regueras, el de Aces en Candamo… Pero si una manifestación social de arraigo tiene la castaña, es el magüestu.
También llamado amagüestu, magostu, amagostu o magosto, esa reunión de personas para asar castañas en el fuego y degustarlas acompañadas de sidra dulce se mantiene viva en toda Asturias: se festeja en pueblos, pero también en colegios o en ciudades. La castaña es de hecho el único fruto que resiste con espacio propio en lo urbano. Dos ejemplos: el magüestu de la calle Gascona, en Oviedo; y los puestos de castañas de Gijón.
La castaña, en Asturias, vive en los bosques y resiste en las calles. Es paisaje y es cultura.