El Castillón de Antrialgo: arqueología en vivo
Cuando la arqueología y el interés vecinal por su propio patrimonio se alinean surgen fenómenos como el del Castillón de Antrialgo, una excavación que ha permitido descubrir en los últimos siete años un poblado del siglo II a. C y de cuyos avances son testigos directos los habitantes de Piloña.
Como cada verano, el equipo de arqueólogos dirigido por Juan Ramón Muñiz y Adrián Piñán e integrado por Alejandro Sánchez, Irene Faza y María Rodríguez está de regreso al pueblo piloñés de Antrialgo para desenterrar su pasado en la que es ya la octava campaña de excavaciones.
Iniciada en 2018 sobre la base de los testimonios vecinales recabados por el historiador José Antonio Longo y con el fin de comprobar si existía o no un yacimiento arqueológico en la zona de El Castillón, esa aventura ha logrado no solo certificar su existencia, sino demostrar su relevancia y conseguir su protección mediante la inclusión en 2021 en el Inventario del Patrimonio Cultural de Asturias (IPCA).

Cabañas y huesos
«El orden de la investigación fue en los primeros años intentar ver si realmente había yacimiento. Hicimos sondeos para ver la dimensión y conocer el parapeto o la distribución interna. Después ya pasamos a una zona donde nos parecía que podía haber construcciones, donde encontramos plantas de cabañas que eran domésticas», explica Muñiz durante un alto en una de las jornadas de esta octava campaña.
En esos espacios donde vivían los pobladores, ubicados en la zona más oriental, «había abundancia de cerámica doméstica, restos de utensilios y fuegos». También hallaron «algunas acumulaciones de huesos en posición secundaria, entre ellos algunos humanos», por lo que en un principio creyeron que podrían estar ante «enterramientos de niños». Sin embargo, la investigación antropológica «lo descartó porque estaban tan entremezclados que parecía que habían juntado huesos de muchas cosas y hecho un pozo, no que hubiesen hecho una tumba».
Aparcada esa vía, el equipo decidió centrarse a continuación en el sector norte, pues sabían «por las primeras prospecciones que se conservaba parte de la muralla». «Decidimos hacer una relación con una trinchera entre la muralla que está en el borde del cantil y toda la llanada esta. Y así es la historia de la investigación hasta ahora», relata Muñiz.

Vivían y producían
Dos son las zonas que han identificado en el yacimiento: por un lado ese hábitat doméstico de las primeras campañas, donde se encontrarían las cabañas y el ganado, y por otro el espacio productivo, actualmente en fase de excavación.
En la campaña de este verano, desarrollada en las tres últimas semanas, los trabajos se han centrado en la zona dedicada a la producción, donde existen tanto restos de una muralla como de una cabaña que podría haber hecho las veces de taller.
Entre los restos de esa cabaña, detalla Muñiz, «hay un fuego y un fondo de horno». Al encontrarse en la parte norte, a cierta distancia de la superficie empleada para vivir, los investigadores consideran que se trata de una «zona marginal, donde desarrollarían trabajos». Esos trabajos irían «desde los más simples, como hilar o cualquier trabajo de cerámica, hasta los más peligrosos. De aquí salieron crisoles de forja para metales». Ese tipo de trabajos «los hacen en zonas marginales, donde no hay arriesgo para las personas ni para el resto de construcciones», detalla.



En todo caso, las producciones del poblado serían «artesanales» y de autoabastecimiento. «Estas personas de estos grupos sociales prácticamente se hacen ellos todo. El intercambio es mínimo y para productos muy concretos», precisa Muñiz.
Se trata, abunda, de una sociedad del siglo II a. C que «todavía no fue romanizada y por tanto carecen de vías de comunicación grandes. No hay un mercado, no hay un sistema monetario económico, estamos hablando de una relación prácticamente de trueque».
La muralla y la civilización
El segundo de los focos de atención está en la muralla, construcción que permite conocer más de la forma de vida y de la organización social. «Sabemos que es una muralla aterrazada, pero queremos saber si la hicieron de forma lineal o con módulos. Normalmente encima de este tipo de murallas, que quedan a la altura del suelo, suelen poner algún tipo de cierre de empalizadas de madera. Es la huella que estamos buscando, si hay algún resto, algún hoyo de poste que nos confirme que era ese tipo de construcción».
Lo que sí saben ya es que no se trataba de una murralla defensiva, sino que su fin era «generar aterrazamientos». «Hay más murallas en esta misma ladera, más abajo. Una es la base de un camino y la tercera no sabemos, pero probablemente hayan hecho un sitio de pastos o de cultivo. Lo hacen sucesivamente, es un aterrazamiento», explica.

La muralla constituye además una prueba de contaban con una organización social, es una evidencia de «civilización». «Construir una obra colectiva de este tipo, y además con la dimensión que tiene esta, es una demostración de que había una sociedad organizada, que había un tiempo y que había una mano de obra que podía hacerla. Como cualquier obra en esa época, sugiere que hay una jerarquización, que hay una toma de decisiones, que hay una voluntad social de hacer eso, un sentido de colectividad y una organización interna», desgrana.
Dos fases de ocupación
Además de dos las zonas doméstica y productiva, en el Castillón de Antrialgo están identificadas en el aspecto temporal dos fases de ocupación: la de la Edad del Hierro a la que corresponden el grueso de los hallazgos, y otra posterior en la Edad Media.
Para realizar las dataciones, el equipo ha recurrido en estos años, y siempre que el presupuesto lo permite, a pruebas como la del carbono 14. «Nos coincide todo en el siglo II antes de Cristo. Hay algunas que se retrasan un poco, pero como son fuegos, no le damos la certeza de esa antigüedad. Preferimos ser más conservadores e ir al siglo II, que es donde se nos cruzan los datos de las piezas ornamentales, de la cerámica y las del carbono 14″, explica Muñiz.
Concretamente las pruebas de carbono 14, hechas en Miami, se realizaron a «los envarados de la pared de las cabañas y sobre los fuegos que aparecen en el interior de las construcciones».
Lo datos que acompañan a esa técnica son las propias observaciones de piezas de cerámica: sus formas, secciones, pastas, cocciones… «Son producciones locales porque no alcanzan altas temperaturas y los modelos decorativos no son reiterativos», indica.

Lo hallado hasta ahora es solo una parte de lo mucho que el yacimiento de Antrialgo aún puede revelar. Por un lado resta seguir profundizando, excavando más abajo. Por otro, extender la superficie de investigación, que dentro de la muralla se estima en unos nueve mil metros cuadrados.
«Cuando profundicemos, saldrán otras cabañas más antiguas, porque el espacio era este, no había más. Entonces las cabañas están puestas unas encima de otras, hay que extraer muestras y seguir fechando», señala Muñiz.
Pese a que en la zona de hábitat los arqueólogos consideran ya agotada la estratigrafía, en otras áreas es mucho lo que aún que bajo tierra. Un ejemplo para situar las muchas posibilidades del yacimiento: en esta octava campaña lo excavado en la zona productiva aun no alcanzan el metro de profundidad. Lo que existe por debajo, lo dirá el trabajo prolongado en el tiempo.

Castros en el oriente
Si bien al yacimiento de Antrialgo también se lo conoce como castro, lo propio es hablar de poblado. Lo hallado, y así lo han remarcado los arqueólogos en estos años, no es un conjunto militar ni un recinto fortificado como los que se conciben al pensar en un castro del occidente. «Aquí en realidad lo que hubo es un asentamiento de población que aprovechó unas condiciones naturales y que luego las fortaleció construyendo estas terrazas», subraya Muñiz.
Los castros han sido poco estudiados hasta la fecha en el oriente y la idea que se ha extendido es la de espacios fortificados como los de la zona occidental de Asturias, que históricamente han recibido una mayor atención.
En el oriente, de hecho, se han realizado excavaciones en Villaviciosa, Caravia y Piloña y la del Castillón de Antrialgo es la única actualmente activa.

«Hay muy poco en el oriente y existe una idea bastante difusa. Tenemos los modelos que hay en el occidente, por ejemplo, que son castros romanizados, que tuvieron una pervivencia durante los primeros siglos de la romanización, vinculados a la minería. Aquí o no existen o no se localizaron aún», apunta Muñiz.
«Los pocos datos que des para conocer el poblamiento castreño del oriente de Asturias son muy importantes», subraya.
Compartir con los vecinos
Cuando las tres semanas de excavación concluyen, lejos de terminar, el trabajo de los investigadores se adentra en otras fases. Una que ya es costumbre es dedicar una semana más a la divulgación in situ, a presentar a los vecinos y visitantes interesados los resultados de la última campaña.
Este año, las visitas gratuitas y guiadas por los propios investigadores arrancará este lunes 30 y se prolongará hasta el jueves 3, previa inscripción.
Durante el resto del año, el trabajo tampoco cesa, pues llega el momento de realizar las clasificaciones de materiales, las publicaciones y las pruebas de laboratorio cuando el presupuesto lo permite.
Porque la financiación es limitada, de unos 7.500 euros por campaña que aportan el Ayuntamiento de Piloña, la Parroquia Rural de Villamayor y la subvención del Principado. «De ahí sacamos las tres semanas de trabajo de cinco personas», explica.

Más allá de lo económico, los investigadores destacan la ayuda de los vecinos, quienes «nos buscan cada año los permisos de los propietarios de las parcelas» a excavar. Muñiz recuerda además que la propia excavación «empezó con un impulso de la Asociación de Vecinos de Antrialgo», que sigue colaborando facilitándoles la antigua escuela «tanto para las charlas como para guardar material».
«Ellos son el mediador y eso es porque ellos están satisfechos y conformes con lo que hacemos y les parece interesante el trabajo. Estamos integrados con los vecinos, nos gusta estar con ellos, y ellos están cómodos con nosotros. Son el público más fiel», apunta Muñiz.
Tanto que en Antrialgo, donde ya no queda ningún bar, alguna tarde la tertulia se desarrolla con cerveza o helado en mano y a pie de yacimiento, contemplando 2.200 años de historia.