Manu Brabo: «La gente necesita pruebas y las pruebas a veces duelen»

Fotoperiodista

«Si yo no cuento bien que la tierra es redonda, al final los terraplanistas nos van a joder vivos. Aun contándolo con todas las pruebas, todavía  hay peña que piensa que la puta tierra es plana. Pues imagínate lo que puede pasar en una noticia que está mal contada, con una imagen que no retrata la realidad del asunto»

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Decía Julio Cortázar que «entre las muchas formas de combatir la nada, una de las mejores es hacer fotografías».

Para encontrar una historia de las que da sentido a esta afirmación, me desplazo a una pequeña aldea en la zona rural del centro de Asturias. Cuando llego, busco entre el verde paisaje una pequeña casa azul.

El fotoperiodista asturiano Manu Brabo (1981) sale a la puerta  junto a Lea, una pastor alemán que no pierde detalle de sus movimientos. Hace apenas unos días que ha regresado de Ucrania, y cuenta que esta mañana ya ha dado un paseo de unos 8 kilómetros  junto a su perra.

«Esto sucede… y usted tal vez pueda hacer algo por cambiarlo»

Entramos dentro: es temprano, está frío. Tomamos café mientras Manu habla de sus inicios: de cuando trabajaba para una pequeña agencia dedicada al mundo del motor y fotografiaba carreras de motociclismo, e incluso «rodadas». De ahí sacaba algunos ahorros para irse una temporada lejos, a hacer algún reportaje. Pero no a destinos paradisiacos, como bien podría esperarse de un joven: a él, desde niño,  le tiraba la fotografía en  zonas de conflicto. Sus escapadas tenían nombres como Kosovo, Haití, las minas de Bolivia… y así, probándose en posguerras y cataclismos, conociendo gente sobre el terreno, creando relaciones con medios pequeñinos, aprendiendo a manejarse en ambientes hostiles, atravesando checkpoints con vigilantes armados hasta los dientes… fue como Manu se fue curtiendo para dar el salto a las zonas más calientes del planeta.

Entre sorbos de café van saliendo las historias, las reflexiones, e incluso las casualidades de giros inesperados.

«A finales del año 2010 me cansé de mi vida en Madrid, dejé todo y volví a mis orígenes, a Asturias, buscando otro tipo de vida.  Al poco tiempo, en 2011 estallan las primaveras árabes y decido dar el salto e ir a Túnez. Allí fui con un acuerdo con periódicos pequeños y también con la agencia EFE. Estos acuerdos duraron poco, pero conseguí otro con EPA, que es un consorcio de agencias europeas. De Túnez pasé a Libia, donde viví los últimos días de Gadafi y donde las tropas gadafistas me tuvieron retenido, el resto es ya historia conocida…».

 -¿Eliges tus temas en función de la causa o de lo vendibles que sean?

Yo procuro llevar la calculadora en una mano y la cámara en la otra, porque vivo de ello, aunque también me planté en lugares solo por apetencias personales. Cuando decidí ir a Haití tras el terremoto hacía tres semanas que ya habían pasado todas las agencias por allí.

-Han pasado algo más de dos años desde que se iniciara la invasión rusa de Ucrania, en aquel momento todos los medios ponían el foco allí y, como era de esperar,  te vas a trabajar sobre el terreno. Hoy por hoy, la atención sobre ese conflicto ha decaído para los medios occidentales, pero tú sigues frecuentando el territorio, ¿es una apetencia o es fruto de una implicación personal?

-Al final convives con gente en ese tiempo, estableces relaciones,  y en situaciones extremas los lazos se extienden muy rápido y muy fuerte. Vivir una situación de peligro con alguien te une mucho porque, al final, de esa situación salís los dos, estáis los dos en la misma mierda y eso une mucho. Y es que tío, llevo diez años cubriendo el conflicto en Ucrania, tengo colegas, tengo lugares, es un sitio al que voy mucho… En Kiev tengo hasta el banco del parque que me gusta más porque he tenido tiempo a probarlos todos (risas).  Pero luego hay otra historia, esto es un relato que sigues desde el principio, que está en continua evolución. Esto es como una trampa porque cuanto más avanza más te cuesta apartarte, y dices: ahora ya, voy hasta el final.

«Vengo de Járkiv donde fotografié como se vive en una ciudad en guerra: la gente va de discoteca, el zoo está abierto… pero luego te bombardean todos los días, hay muertos, hay funerales, la escuela continua pero de forma subterránea en los túneles del metro…»

-Pero, ¿y lo de la calculadora en la mano?

-Bueno, estos dos últimos años estoy en una situación privilegiada porque el Wall Street Journal me quiere trabajando allí. En un mes puedo recibir una llamada diciendo: “Manu, la próxima semana te vuelves a Ucrania”. Lo cual también tiene su punto negativo, estoy un poco hasta los huevos ya. El otro día les decía a mis jefes que necesito un cambio de aires, mándame a Líbano aunque sea una semana… hacer otra foto de una pieza de artillería ucraniana pegando un pepinazo ya me toca los cojones. A ver… que si hay que hacerla se hace, pero ya no tengo sensación de estar aportando nada nuevo, ni a mí ni a nadie. Pero bueno, estos temas al final siempre hay muchas formas de enfocarlos, ahora por ejemplo vengo de Járkiv donde fotografié como se vive en una ciudad en guerra: la gente va de discoteca, el zoo está abierto… pero luego te bombardean todos los días, hay muertos, hay funerales, la escuela continua pero de forma subterránea en los túneles del metro… es una situación de contraste en una ciudad de un millón y medio de habitantes a 20 kilómetros del frente, eso tiene mucha miga. Es una historia que si vas de freelance es jodido vender, pero que si se la vendes a tu editor y ya tienes la publicación, es otra mandanga.

-Hemos visto fotos tuyas retratando sin tapujos una realidad muy cruda, parece que en occidente aplicamos un doble rasero en función de la distancia a la que nos encontremos de la catástrofe.

-Muchas veces esto depende más del medio o del editor que del fotógrafo,  pero obviamente sí. Tú sacas la cara de un niño en el Congo y no pasa nada, prueba a sacar la cara de un niño aquí…  Puedes publicar una foto de un atentado en Kinshasa, pero aquí tienes que hacer fotos de los cristales manchados de sangre. En esos lugares tienen exactamente la misma necesidad por la intimidad y la privacidad que aquí, pensar lo contrario es bastante hipócrita.  No quiero parecer trumpista pero esto es una tendencia muy woke: yo recuerdo el atentado de Irene Villa y salían imágenes muy crudas. Cuando fue lo del camping de Viescas se veía a los helicópteros con los cadáveres enganchados con cuerdas, veíamos cosas heavys y no creo que nadie tenga estrés postraumático por ver unas imágenes en la tele, y tampoco creo que la diferencia vaya a ser si son españoles o de otro lugar… yo a esto lo llamo “ñoñocracia”. Es una tendencia que está en todo, y no sé si es una mayoría social, pero es una minoría muy ruidosa. Se ve en redes todos los días, dices cualquier cosa y enseguida vienen quinientos ñoños a ñoñearte.

-Estamos también viviendo unos años de polarización extrema, tal parece que cualquier hecho tiene dos relatos opuestos. Supongo que en el tema de los conflictos armados en los que hay manifiestamente dos bandos esto se agudice.

-Pienso que el problema es dejar espacio. Cuando estás estableciendo una narrativa basada en la veracidad, en los hechos… cuantos más huecos libres dejes peor, porque esos huecos alguien los va a rellenar. Al final si nos faltan X imágenes alguien va a rellenar eso, ahora te lo rellenan cuatro pedorros en Instagram diciendo cualquier sandez  y en cuatro días te lo rellenan con IA. Si yo no cuento bien que la tierra es redonda, al final los terraplanistas nos van a joder vivos. ¡Aun contándolo con todas las pruebas, todavía  hay peña que piensa que la puta tierra es plana! Pues imagínate lo que puede pasar en una noticia que está mal contada, con una imagen que no retrata la realidad del asunto porque lo que tienes que hacer es pensar que esos cristalinos manchados con sangre son del ataque terrorista del que no has visto imágenes. Esta es la puta historia, la gente necesita pruebas y las pruebas a veces duelen. Entonces tienes gente que necesita pruebas y gente que le duele ver las pruebas… gente que dice “pero, ¿cómo me pones a un niño desangrándose en la puta portada?” Pues porque esto pasa… esto sucede… y usted tal vez pueda hacer algo por cambiarlo.

-Cada vez se ven más redactores haciendo fotos con el móvil y menos fotoperiodistas trabajando en los medios, ¿crees que no se valora el peso de la fotografía en los medios?

Creo que esto es algo muy español, tío. Es esta idea empresarial española de que se obtiene más beneficio haciendo las cosas más baratas, aunque eso implique que las cosas se hagan peor. En Francia se cuida la fotografía, en Portugal también… aquí no se ve como un valor añadido al periódico el tener una fotografía seria que narre la realidad, pero sin embargo les gusta la cantidad. Puedo ver ochocientas fotos de un partido del Sporting, pero al final fotos de Quini haciendo una volea hay una… Se le pide al fotógrafo que envíe fotos y fotos y fotos a redacción…  no se le pide que utilice esos noventa minutos para conseguir esas tres buenas fotos que resuman la historia.

«Puedo ver ochocientas fotos de un partido del Sporting, pero al final fotos de Quini haciendo una volea hay una… Se le pide al fotógrafo que envíe fotos y fotos y fotos a redacción…  No se le pide que utilice esos noventa minutos para conseguir esas tres buenas fotos que resuman la historia»

-Podemos decir entonces que el tipo de fotografía que vemos en los medios españoles viene más condicionado por el editor gráfico que por los fotógrafos.

A ver, mi colaboración con la prensa española es muy escasa, casi anecdótica más allá de alguna cosa con El País y con su semanal, El Mundo… En este tema yo hablo por lo que veo al abrir los diarios y por lo que me comentáis los compañeros. Da la sensación de que no existe la figura del editor gráfico.  A nivel nacional hay muy pocos que lo sean y lo ejerzan,   el resto son jefes de fotografía, administradores… a los que  de vez en cuando les llega una orden de arriba “oye, menos presupuesto”, pues venga, este fuera y esto otro que haga una foto el redactor como pueda.  Un editor de fotografía no es lo mismo que un organizador de horarios, temas, fotógrafos, pasta. Un editor de fotografía tiene que saber de fotos, no de tablas de Excel. Tiene que saber aprovechar lo mejor de sus fotógrafos.  Cuando volví de Madrid a Asturias a finales de 2010, con el tema laboral nada boyante, como ya había hecho bastantes cosas, me fui a ofrecer como fotógrafo un periódico asturiano y me rechazaron. Dos años después, en 2013, me entregaban junto a mis compañeros el premio  Pulitzer… Es una carambola de la vida, pero viene a cuento de este tema que estamos tratando.

-Tus viajes son muchos y frecuentes, y tus destinos dispares, pero el lugar desde el que partes o al que regresas siempre es Asturias.

Si, ya volví en 2017 o así. Siempre vuelvo para Asturias, estoy aquí como quiero, tranquilín, la familia está cerca, en Xixón, los colegas también… Cuando estoy fuera voy generando tensión por la situación del lugar, luego no dejas de tener unos jefes y unos objetivos que cumplir, no puedes evitar tener que hablar con mogollón de peña para conseguir accesos… llego aquí agotado y entonces tampoco tengo ganas de lidiar con mucha gente, me apetece estar en calma. Aquí, la verdad, se está como Dios.

«Cuando volví de Madrid a Asturias a finales de 2010, con el tema laboral nada boyante, como ya había hecho bastantes cosas, me fui a ofrecer como fotógrafo un periódico asturiano y me rechazaron. Dos años después, en 2013, me entregaban junto a mis compañeros el premio  Pulitzer… Es una carambola de la vida»

-Y estando tan a gusto, ¿te llegas a plantear currar aquí?

Pues no creas que no me lo planteo. Hay temas interesantes, y también es un reto contar tu hogar. Hay una cosa muy curiosa que es reconocer que no conoces el sitio de donde dices que eres y de donde te sientes. Tengo una colega que me dice “Tú, Manu, no yes asturianu, yes de Xixón” y pienso que seguramente sí, porque desconozco muchas muchas cosas de mi tierra. Así que voy buscando la excusa para trabajar en casa, encontrar una dirección… Si me planteo “voy a contar Asturies” después pienso “ vaya matu”…  así que me lo planteo más con temas de largo recorrido, de tal vez dos o tres años,  historias como la del llobu… Y así contar Asturies a través de una de sus partes.

-Veo que además el primer tema que te planteas es bastante rural, un entorno por el que precisamente los medios tradicionales van perdiendo el interés informativo.

En el medio rural asturiano no solo hay grandes historias, hay historias nuevas, hay historias de conflictos, no de darse de hostias, si no de intereses, como por ejemplo el turismo de masas que  va cambiando todo el esqueleto social que había antes. Y luego hay historias viejas que se tienen que contar ya porque están a punto de desaparecer, son los últimos coletazos.  Los ganaderos suben animales al monte y hacen queso muy rico y por eso se les permite  sobrevivir como comanches en una reserva, pero como pasó con los comanches, tal vez sus hijos prefieran poner un casino y entonces a tomar pol culo ese modo de vida y toda su historia. Y creo que esto no es un tema de Asturias para asturianos, es un tema válido para alguien de Xixón, de Madrid, o de Washington.

«Los ganaderos suben animales al monte y hacen queso muy rico y por eso se les permite  sobrevivir como comanches en una reserva, pero como pasó con los comanches, tal vez sus hijos prefieran poner un casino y entonces a tomar pol culo ese modo de vida y toda su historia»

-¿Qué es esa tela que tienes ahí enmarcada colgada en la pared? –Yo no soy periodista, soy fotógrafo, y la pequeña casa azul en medio del verde, en su interior es una oda al fotoperiodismo, me distraigo-.

Es un trozo de una bandera del Estado Islámico que recogí de un campo de batalla. Muchas veces me traigo alguna cosa de recuerdo. Pero ya verás esto…

Manu saca de una maleta que aún no le ha dado tiempo a deshacer unas viejas cámaras de fotos que ha comprado en un mercadillo en Kiev –me distraigo más de la entrevista-. Son cámaras marca Kiev, son las que se vendían allí hace un montón de años. “Y mira esta” – dice, enseñándome una Leica súper antigua- “fíjate en ella”.

Al acercarme veo que tiene grabado un símbolo nazi, los aros olímpicos y que debajo pone 1936. Es una edición que sacaron cuando los Juegos Olímpicos de Berlín, comenta.  -Ya me he distraído del todo-. Abre la tapa del objetivo y mirándolo dice, «mira aún tiene tierra… seguramente un soldado alemán se la llevo a Stalingrado y ya no salió de allí, y permanecería enterrada hasta que alguien la encontró…»

La entrevista ya no existe en mi cabeza. Y las historias se suceden, como si a sus 43 años Manu hubiera vivido varias vidas… aunque lo cierto es que, de alguna manera, las ha vivido, porque de hecho muchos no han logrado volver para contarlas.

Cuando la sección de redacción me propuso embarcarme en este reportaje, haciendo de ello una charla entre fotógrafos, sabían a lo que se atenían con mi entrevista. Y si a Manu le ha quedado algo que contar, no me preocupa mucho porque, las puertas de EL 21 siempre estarán abiertas para él y sus historias.

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