«Toda documentación es poca para que entendamos la magnitud de lo que fue la minería en Asturias y el legado que deja»

Álvaro Fuente | Fotoperiodista y autor de ‘Asturias minada’

Tiempo de lectura: 20 minutos

¿Cómo se cuenta el fin de una era a través de imágenes? Lo fácil, y lo común en estos tiempos de urgencia, consumo rápido y olvido inmediato son coberturas a medias, paracaidistas fugaces e historias sin continuidad. El fotoperiodista Álvaro Fuente (Noreña, 1974) hizo lo contrario. Para narrar el final de la minería ‘picó carbón’. Dedicó doce años de su vida a mirar sin distancia y desde dentro el ocaso de un sector que lo fue todo para Asturias. Bajó a la mina, estuvo en la última gran huelga, en las protestas y encierros, le abrieron puertas a lo más íntimo de una forma de vida. El resultado es ‘Asturias minada’, un «reportaje narrativo» de mirada larga y certera. ¿Cabe el desencanto, el orgullo, el compañerismo en una foto? En las de Álvaro Fuente sí. Caben y golpean. 

-¿Partías de alguna imagen que tú tuvieses en la cabeza de lo que era la minería?

-Realmente no. Había estado en las visitas típicas de los colegios al museo de la minería, al poco de abrir. Pero, claro, esto fue otra dimensión. Me acuerdo del primer día que bajé a la mina: vi un mundo hostil, tuve una sensación de vacío. Mi admiración creció muchísimo, se incrementó más que nada la percepción del minero como superhombre que teníamos desde críos. Fue incrementar el mito. 

-Empezaste a trabajar temas de la mina con la Brigada de Salvamento Minero. ¿Ahí te surgió la idea de documentar el final de la minería? 

-Sí, fue casi de manera natural. Lo de la Brigada fue en el 2011 y en el 2012 llegó el conflicto minero. Fue un verano intensísimo, vinieron los primeros espadas de España, lo tenías todo. Me fastidia el anglicismo, pero fue una ‘masterclass’.

 La primera foto que vendí a un medio fue a los tres meses, creo que era argentino, creo que fue Clarín. Y luego otro francés. En España no se vendía nada. Fue muy tapado, pero aun así era una experiencia única. Aparte de, bueno, de las luchas mineras, las heridas de los neumáticos quemados en el asfalto, el dramatismo de la gente, las concentraciones, las distintas marchas que hubo, manifestaciones, la salida a Madrid… Fueron muchísimas cosas. 

A partir de ahí fue cuando en el 13 ya me empezaron a dar permiso para visitar pozos mineros abiertos, que había de aquella media docena. Creo que fue en el 16, sí, cuando entré al María Luisa. Y luego en Cerredo en dos ocasiones. Fue ese tipo de cosas las que me dijeron, ‘coño, aquí hay un proyecto interesante para hacer de largo recorrido’. El ocaso de un mundo que se desvanece, que se acaba, que está en el corredor de la muerte y lo van a fusilar en dos días. 

«Me acuerdo del primer día que bajé a la mina: vi un mundo hostil, una sensación de vacío. Mi admiración creció muchísimo, se incrementó la percepción del minero como superhombre»

-¿Abruma la responsabilidad de pensar que estás documentando algo que no va a volver a suceder? 

-No, no, nada. Porque hay muchos compañeros que hicieron ese trabajo. Urdangaray, Jiménez, el tema de Tierra Negra… Es decir, hay muchísima documentación, pero yo creo que toda es poca para que entendamos la magnitud de lo que fue la minería en Asturias y el legado que deja, que es muy importante. Es para otro libro aparte.  

-¿Y puede hacerse ese trabajo sin ponerse sentimental o nostálgico?  

-Cuesta. Pero sí que es verdad que mi relación con la minería familiar quedó muy atrás. Ves a esos mineros recios, que se les acaba. Sus hijos ya saben que no van a trabajar de mineros. Aquel verano del 2012 había familias desencajadas. Fueron tres o cuatro meses que la caja de resistencia se agotaba y no llegaba dinero a casa. Veías cierto dramatismo. A ver, luego sí, muchos decían prejubilación y tal. Pero la parte negativa estaba. 

-Llegaste a convivir mucho con ellos esa época tan convulsa, ¿qué sentiste tú? 

-Yo me sentí muy identificado. Mira que una cosa que hay que hacer es guardar la objetividad lo máximo posible. Pero me dejé llevar. Es decir, yo estaba de su lado no solo con el conflicto, que también, sino en la parte posterior. Era la manera de poder dar voz a través de las fotografías. De sentirte parte de ellos, de su entorno. Mimetizarse lo máximo posible para sacar algo adelante que tuviese coherencia. Era mi forma de verlo. ¿Lo logré? Posiblemente no, pero lo intenté, seguro.  

Compañerismo, orgullo, desencanto: sentimientos en imágenes

01 | Compañerismo

02 | No hay vuelta atrás: es el fin

03 | Impacto en las familias

04 | Desencanto

05 | Villa: la caída del héroe

06 | Reconversión

07 | Futuro

-Técnicamente, ¿cuáles fueron las fotos más difíciles de hacer?  

-Las de interior. De aquella no te dejaban entrar con flash, tenías que alumbrar con el foco. La cámara que tenía era una 40D, no aguantaba bien las ISO altas. Y, hostia, mucho ruido. 

Entonces pedí colaboración a los dos mineros que iban conmigo.  Dije, ‘oye, ven a enfocarme. Oye, ¿te importa que te haga un retrato? Te prometo que vas a tener una copia de recuerdo y tal’. Les contaba la historia, que no iba a salir en prensa y que era para un trabajo a largo plazo.

La mayoría dicen que sí, casi todos. Y entonces, bueno, estaba quieto y los otros compañeros, uno a cada lado, le enfocaban con sus lámparas y ahí sacaba la foto. Las primeras veces sacaba una foto digna de cada muchas, pero ahí noté que ellos se implicaban mucho para facilitarme el trabajo.

Luego sí que me dejaron hacer fotos, pero el flash mataba todo. Por ejemplo, se ven fotos con flash en Cerredo, porque en Cerredo los uniformes son los antiguos, el azul clásico. Con los del reflectante te metes un flashazo y es horrible. Lo bueno es que al disparar arriba, al rebote, el carbón hace una iluminación perfecta; pero se pierde ese encanto, dar esa realidad de lo que ve un minero realmente, que ve donde apunta la lámpara, lo demás no sabe lo que hay.  Es una sensación de vacío.

«Hay una cosa muy curiosa. Los mineros que se prejubilan no quieren saber más de la historia. A no ser que sean del sindicato, muy raro es que quieran saber más de la mina»

-Tampoco fue fácil publicar. Empezaste con un crowdfunding. 

-Que fue un fracaso total. No llegué ni a la mitad del dinero. Es que hay una cosa muy curiosa. Los mineros que se prejubilan no quieren saber más de la historia. Por ejemplo, con muchos de aquí de la comarca, que yo conozco, íbamos a Pumarabule. ¿Por qué Pumarabule? Porque hay un camino vecinal por medio y ahí no te puede decir nada el de seguridad. Para hacer un retrato ambientado. La mayoría no habían vuelto a Pumarabule jamás. Mi suegro trabajó en Pumarabule. Vive en Siero, en la Pola. Dice ‘hace 30 años que no vengo. Me regalaban la lámpara minera y no la quise’. Y como él, muchos. Un ingeniero jefe que cerró dos pozos, que colabora en el texto, me dijo que el minero, muy raro es que siga relacionado. A no ser que sean del sindicato, muy raro que quieran saber más. Muy curioso. 

Pero soy muy cabezón, [el libro] lo iba a sacar sí o sí.  Luego entró HUNOSA, entró la consejería, los sindicatos también colaboraron en menor medida. Ahí decidí hacer una edición decente, una buena calidad del papel y la cubierta. La tapa dura fue un capricho. 

-Si hoy en día vas a cualquier editor y le dices que vas a estar doce años con un trabajo, lo mínimo es que te manden a paseo, ¿no? 

-Seguramente. Se ríen de ti. Sí, sí, bueno, dentro de 12 años, venga, venga, ya me cuentes. (Risas) Lo que hice fue autoeditarlo. Estoy muy contento. Se hicieron 500 y ya están todos repartidos. Voy a hacer alguno más, pero para tener yo.  

Álvaro Fuente repasa algunas de las fotos de ‘Asturias minada’. | Xuan Cueto

-A ti que fuiste freelance muchos años, ¿no te daba un poco de envidia, aunque fuese sana, ver el compañerismo que hay en la mina?  

-Todos los días. Se notan ese tipo de cosas, tener un frente común, alguien a tu lado en quien confiar aunque sea nada más que para trabajar.  

-Tú trabajaste mucho como fotoperiodista en otros países, pero también aquí en Asturias, ¿cuál es la diferencia y dónde te sientes más o menos cómodo? 

-Tuve la suerte, suerte o no, pero bueno, yo creo que fue suerte, de que nunca trabajé para un medio. Ni de falso autónomo, ni de contrato, con lo cual yo no trabajaba para el tema de noticias diarias. Había intentado y vi que no resultaba el tema de freelance para prensa diaria, entonces lo que hice fue preparar pequeñas cosas. Luego di con el tema de las ONGs, que para mí fue un filón. Con Mensajeros de la Paz, pues ya empezaron a contratarme, llegamos a un acuerdo: ‘Te pagamos el vuelo, alojamiento y nos haces un reportaje del tema de Haití’. Esas fotos luego las vendías por lote a agencias, o lo que sea. Y siempre tocaba un poquitín el tema regional, para que mis padres viesen. ¿Qué publica La Nueva España? Si das con un asturiano en Haití, te lo van a publicar. Pues mi padre y mi madre ya quedan más tranquilos. Era una cosa que hacíamos muchos. 

Y luego pues eso, para la ONG, preparabas un reportaje, un texto, un dossier educativo… Y fantástico, funcionaba de puta madre. Te da una tranquilidad, no tienes que estar pendiente de qué va a suceder porque tienes que enviar algo ya. Puedes dar un paso atrás y ver desde otra perspectiva. ¿Riesgos? Sí, porque ya muy pocos medios te compran reportajes. Compran una foto. Hace 10 años empecé a colaborar con El País, con Planeta Futuro, me pedían un texto y una galería de fotos. Te daba para si querías alargar la estancia, para ir tirando tú con otros proyectos. Esa incertidumbre, cuando te familiarizas con ella, ya no te agobia. Estás haciendo algo pasional y eso se nota. Aquí lo que veía era esa necesidad de tener que mandar algo, de probar, de que te pusiesen ellos el precio, del ‘te firmamos y te damos promoción’… Hombre, no me jodas, me pagas tú autónomos. (Risas).

«Tuve la suerte de que nunca trabajé para un medio. Aquí lo que veía era esa necesidad de tener que mandar algo, de que te pusiesen ellos el precio, del ‘te firmamos y te damos promoción’…»

-¿Te pasa eso de que al trabajar aquí aquí te cohíbes más? 

-Siempre fui bastante respetuoso, siempre lo procuré ser en cualquier lado porque me parecería muy hipócrita. Es verdad que [fuera] levantas más la mano, las cosas como son. Pero hay límites y no me gusta pasarlos.  

-¿Con qué crees que debemos quedarnos de la minería en Asturias?  

-Yo creo que con la memoria. Y se va a conseguir, se están dando pasos muy importantes. No hablo de museos, eso ya está cubierto y con creces. La memoria minera va a estar porque es muy difícil que desaparezca por todos los frentes que tiene abiertos, pero evidentemente tiene que haber siempre un trabajo institucional.  

Me contaba un ingeniero, Felipe [González Coto], que un pozo realmente no cierra. Los pozos en Asturias  tienen que estar mantenidos ya de por vida. Pues ya que hay que hacer un mantenimiento continuo, pues intentar que el entorno sea agradable a la vista. ¿Qué pasa?A Pumarabule creo que fui en unas diez ocasiones, es el que tengo más cerca. Me encontré con familias robando chatarra. Está desolado. Marcharon con todas las perchas de la casa de aseo, los carteles de seguridad, ventanas, archivadores, todo lo que se podía llevar como chatarra. Si no somos capaces de controlar eso, vamos jodidos.

Es verdad que restos mineros hay centenares y va a ser imposible controlarlo todo, pero por lo menos hacer una selección y decir esto lo hay que proteger. ¿Qué pasa? Que si no entra en BIC (Bien de Interés Cultural), no hay nada que hacer. Por ejemplo, el SOMA presentó una iniciativa que me parece cojonuda, que es que la cultura minera esté protegida. ¿Qué abarca la cultura minera? Pues me imagino que todo. Ahí entra la ambigüedad.

Hablas con cualquier historiador del arte o que sepa un poco de patrimonio, y es tesoro lo que tenemos aquí. A nivel mundial.

-Y de los mineros en concreto, ¿qué lección deberíamos extraer?  

-Creo que el tema de lucha social, lucha obrera. Eso debería estar en los libros de historia. Y la solidaridad y el compañerismo.  

La historia tras la foto

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