Del maíz es bien sabido que llegó de América como una bendición, capaz de aclimatarse y de quitar más fame en Asturias que cualquier otro cereal de los hasta entonces cosechados en una tierra poco propicia para esos cultivos. El maíz alimentó bocas durante más tres siglos, pero también corazones; porque no solo de comer vive el ser humano.
Al igual que la castaña y sus magüestos, el maíz tiene una dimensión social. Conocida como esbilla hacia el oriente y esfoyaza al occidente, esa reunión para deshojar panoyes (mazorca en castellano) suponía trabajo y, a la par, celebración. La labor de deshojar se realizaba en comunidad, con la ayuda de vecinos y cada noche en una casa.
De casa en casa, el calendario podía prolongarse durante más de un mes. Aquellas veladas se amenizaban cantando, contando historias y leyendas e intercambiando algún que otro cuento más propio de la crónica social del pueblo. Al acabar la tarea, la familia que había recibido la ayuda de sus vecinos invitaba a la garulla, en sus orígenes una cena a base de los productos de otras cosechas, como castañas, avellanas o sidra. Con los años el banquete fue creciendo en variedad. Se comía y se bebía en un ambiente festivo, amenizado por música y propicio para estrechar relaciones más allá de las meramente vecinales, de esas que entran en el plano de lo sentimental. El cortejo está considerado de hecho uno de los «principales núcleos funcionales» de esa celebración.
Una escena de la novela la ‘La aldea perdida’, de Armando Palacio Valdés, narra cómo se sucedían los acontecimientos en una noche de esfoyaza para los más jóvenes. Relata el autor de Laviana cómo «parejas amarteladas» se escondían por «los rincones oscuros del recinto»; cómo algunos mozos acudían con «más ganas de retozar y divertirse que de enristrar espigas». «Se chillaba, se reía, se arrojaban las mazorcas unos a otros, se tiraba de los pañuelos a las zagalas, se defendían ellas dando algunos vigorosos empujones que no pocas veces hacían caer de bruces a sus contrarios. Todo se hacía menos trabajar. […] Hasta que se hartaron de retozar no se dieron cuenta de que las mazorcas estaban allí para otra cosa que para servir de proyectiles amorosos».
Hoy en día las esbillas que perviven lo hacen más con un fin de preservar las tradiciones que de preparar la producción de maíz. Existen fiestas, como el Festival del Esfoyón de Navelgas, en Tineo; y asociaciones, como Llacín de Porrúa, en Llanes; que se han preocupado de mantener esa parte de la cultura asturiana. Cada año reúnen así a vecinos y curiosos en torno a la inveterada tarea de deshojar panoyes. La asociación cultural Llacín realiza el ciclo completo del maíz, desde la cosecha y la recogida hasta la esbilla. También el Muséu del Pueblu d’Asturies, en Gijón, dedica una jornada al maíz, con siembra y recogida en colaboración con el proyecto Tarucu de la Asociación para la Recuperación de la Memoria del Maíz Asturiano.
«En Llacín intentamos que no decaigan aquellas actividades que suponían una participación vecinal y que van desapareciendo. A la vez que mantienes la tradición creas espacios para convivir, para participar y socializar, para la comunidad», explica Gerardo Gutiérrez Romano, presidente de la asociación cultural.
La esbilla o esfoyaza
Las esbillas o esfoyazas consisten básicamente en dos tareas: deshojar les panoyes (mazorcas en castellano) e ir formando riestras (ristra).
Fotos: Gloria Pomarada
La labor se realiza al caer la noche y esa misma costumbre se mantiene en la esbilla organizada por la asociación cultural Llacín en Porrúa. A su centro cultural comienzan a llegar vecinos, pero también visitantes de otros concejos.
Al igual que sucedía antaño, la cosecha se extiende en el suelo. Sentados en corro, los más hábiles y expertos comienzan la faena.
Antaño, las mujeres se encargaban de la parte de la deshoja y los hombres de enriestrar, separación que ya no se mantiene. Cada cuál desempeña el trabajo que mejor sabe.
Las hojas que recubren la panoya van retirándose, sin llegar a arrancarlas todas, pues servirán a continuación para enriestrar.
Las panoyas en las que no se conserva la hoja, y que por tanto no se pueden enriestrar, se colocan en un saco aparte. Esas serán las primeras a las que se dé salida.
Separar las hojas es la tarea que requiere de un mayor número de manos. A la labor se unen también niños, parte fundamental de esbillas como la de Llacín, que busca mantener e inculcar tradiciones.
Quienes deshojan con más pericia forman pareja con la persona encargada de enriestrar, a quien van pasando les panoyes, una vez reunidas varias.
Enriestrar consiste en formar un trenzado con las hojas, lo que servirá para colgar el montón de panoyes en hórreos o corredores.
Para hacer la trenza se emplean plantas flexibles, aunque también hay quien recurre al alambre. En Porrúa utilizan la espadaña.
«Es más maña que fuerza», explican los enriestradores mientras van trenzando hojas. «Antes se hacían más largas, ahora ya menos».
Las hojas que se retiran de la panoya van apilándose en el suelo. Cuando el volumen es considerable, se depositan en sacos, pues también tendrán un uso. El principal, como forraje para el ganado vacuno. Antaño, esa hojarasca servía también para rellenar jergones o incluso como papel de fumar.
Otro de los usos era el de la elaboración de enseres para la casa, como felpudos o asientos de las sillas. Para ello también era necesario trenzar las hojas.
El esfuerzo de colectivos culturales contribuye a que no se olvide el pasado, la historia de un cereal que a su llegada de América en el siglo XVII revolucionó Asturias. En esta tierra de clima húmedo el maíz se aclimató, cosa que no se había conseguido con el trigo. No solo eso, permitió la rotación de cosechas y en poco tiempo generó un rendimiento mayor que otros cereales. Y, como no, alimentó a las clases humildes, acechadas por el hambre.
Dos veces ha quitado América fame a Asturias. La primera fue con la introducción del maíz, un cultivo extendido por la zona central del continente americano y México con más de 7.000 años de antigüedad. La segunda, desde el siglo XIX, con la emigración de asturianos al otro lado del Atlántico, movidos en tantas ocasiones por el ánimo de aliviar la precaria economía familiar, de quitar de sus casas una boca que alimentar.
El maíz entró en Asturias por el occidente y la versión aceptada de la historia es que lo hizo de la mano de Gonzalo Méndez de Cancio, gobernador y capitán general de La Florida. En 1604 regresó a España trayendo consigo arcas llenas de maíz y una de ellas fue a parar a Tapia de Casariego, de donde era natural Méndez de Cancio y donde se plantó por primera vez en 1605.
La recolección
Fotos: Gloria Pomarada
El maíz es un cereal de verano: crece en esa estación, tras haberse sembrado en primavera, y se recoge en otoño.
Entre octubre y noviembre tiene lugar la recolección. La asociación cultural Llacín tiene plantado un peazu -trozo de tierra- a la salida de Porrúa y un grupo de voluntarios se encarga de la recogida.
Cada planta se corta por la base, dejando una pequeña parte del tallo que queda unida a la raíz y recibe el nombre de tazón. A ese trozo se le llama, no obstante, de multitud de formas según la zona de Asturias, como tabayón, taraguyu, tarucu, cazoto…
Para segar la planta se emplea una hoz. En asturiano se la llama foz y en Llanes recibe el nombre de h.oce o h.oceca.
En la recogida de Llacín emplean un modelo curioso, una antigua bayoneta de la Guerra Civil reconvertida en hoz.
Tras la batalla en la zona de Llanes, las armas que quedaron abandonadas fueron aprovechadas por los vecinos. Las bayonetas se convirtieron así, tras pasar por el herrero para forjar la curvatura, en hoces para la siega. Estaban además consideradas «como las mejores porque el acero era muy bueno».
Al ser esas hoces «muy apreciadas» se conservaron en las casas. La asociación cultural Llacín preserva también esa singular herramienta, que aún emplea en la siega.
Una vez cortada la planta, se separa la panoya del tallo y se deposita en un saco o una cesta. Antes era habitual el uso de carpanchos, cestas de madera de avellano.
Cuando los sacos y las cestas se van llenando, se cargan en el tractor para trasladar la cosecha al lugar donde se realizará la esfoyaza o esbilla.
También las plantas ya segadas tienen un destino: se colocan juntas sobre la propia tierra de cultivo, formando una especie de pirámide o cono.
Para ello las cañas o narbasos se juntan en manojos o marreñas atados entre sí. Las haces resulantes van formando la pirámide, que recibe, entre otros muchos, el nombre de gaviella (gavilla en castellano).
La acción de gavillar no es exclusiva del maíz ni de Asturias. Las gavillas están presentes en campos de más partes de España y del mundo, donde también se forman tras la siega manual y asociadas a cerales como el trigo o la cebada.
En el caso del maíz, las cañas secas de la gaviella servían de forraje para el ganado vacuno durante el invierno.
Desde el occidente, el cultivo del maíz se fue extendiendo con rapidez por toda Asturias, hasta convertirse en elemento fundamental –cuando no único– de la dieta diaria. Así se mantuvo hasta mediados del siglo XX, principalmente con alimentos elaborados a base de su harina.
Quien pudo mitigó el hambre de la posguerra con elaboraciones de harina de maíz. Recuerdan quienes vivieron como jóvenes o niños aquellos tiempos de escasez y cartillas de racionamiento que se desayunaba, se comía y se cenaba torta. Para desagrado de muchos, fariñes o farrapes, una especie de gachas también llamadas pulientes. En ocasiones especiales, boroña.
Del maíz se aprovechaba todo. Con los tarucos se avivaba el fuego. Con las hojas secas se rellenaban los jergones, los colchones de quienes no podían permitirse mejores superficies para el descanso. Incluso se llegaron a emplear hojas como papel de fumar.
También las plantas servían de forraje para los animales. Ese uso ganadero se mantiene y por tanto el maíz forrajero es el que más se planta en la región. Junto con Galicia y Castilla y León, Asturias es a nivel nacional una de las principales productoras. No así de maíz grano, cultivado principalmente en Castilla y León, Aragón y Extremadura.
El secado
Una vez finalizada la esbilla o esfoyaza, el maíz ya enriestrado se traslada al lugar donde se secará. Corredores de las casas y de los hórreos son los lugares más habituales.
El maíz cosechado y enriestrado por la asociación cultural Llacín se cuelga en el hórreo del Museo Etnográfico del Oriente de Asturias, en Porrúa.
Fotos: Gloria Pomarada
La evolución de los hórreos y el maíz está estrechamente relacionada. Tanto en Asturias como en Galicia, esas construcciones proliferaron con la llegada del cereal desde América, pues el volumen de las cosechas comenzó a requerir de un mayor espacio de almacenamiento y de secado.
Así, los hórreos asturianos fueron incorporando barandillas donde secar y airear las riestras.
No solo el hórreo, más construcciones se desarrollaron en Asturias impulsadas por el maíz, como fue el caso de los molinos.
Ese vínculo del maíz con el hórreo o los molinos es solo un ejemplo de cómo lo que ahora consideramos una estampa tradicional, objeto de foto más que de reflexión, existe porque antes cumplió un cometido. Un cometido tan vital como fue el de preservar y transformar el alimento que tanta fame quitó en Asturias.
Guapu trabayu sobre el maíz.
Gracias a Gloria Pumarada por divulgar sobre nuestru Patrimoniu cultural.
En hora buena a todos los asturianos por el reconocimientu de la cultura sidrera.
Gerardo Gutiérrez Romano
Asociación Cultural Llacín
Porrúa
Un bonito y entrañable reportaje que nos trae muchos recuerdos a aquellos que tuvimos la oportunidad de vivirlo.
Mi más sincera enhorabuena a Gloria Pomarada por el extenso y bien documentado reportaje y un eterno agradecimiento a todos aquellos que hacen posible que estas costumbres sigan vivas.
Jorge Prado – Porruano
Qué bien escrito!!
Muchas gracias a la autora por este reportaje tan bien documentado y que sirve para aclarar muchos términos y conceptos relacionados con el maíz que los asturianos siempre hemos oído, pero que, yo al menos, no tenía bien definidos.
Las excelentes fotografías también están a la altura del excelente reportaje. Muchas gracias, Gloria.